Pese a que los hombres y mujeres del tiempo, agoreros augures de la meteorología, anuncian para hoy el advenimiento de nuevas lluvias, queda declarado el verano en Gijón y abiertos los principales arenales a la invasión diaria de toallas y tumbonas. Cierto es que esta ciudad se cita en San Lorenzo en cuanto que un rayo de sol asoma por encima del habitual manto de nubes que impone una sábana gris sobre la playa, pero parece que este año había urgente necesidad de que se hiciera la luz sobre las penumbras de una ciudad que con frecuencia habita entre sombras. Supone una delicia para el buen ánimo contemplar cómo han quedado sepultados en el olvido los rigores del último invierno y los frecuentes aguaceros de una primavera de nada presurosa. ¡Viva la vitamina D! ¡Hagan negocio los vendedores de protectores solares! Ha llegado a Gijón la estación que más se aguarda. Ahora ya sólo falta que llegue la del ferrocarril...
