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De cabeza

La dignidad

Por no quedar, al Oviedo no le ha quedado ni dignidad ni un mínimo de espíritu competitivo. El partido contra Osasuna fue una condensación de este tramo final de Liga; una antología de humor negro; una gala benéfica pagada por los de siempre. Lo que son las cosas: hace sólo un año y poco, el Oviedo celebraba el partido más feliz de sus últimos tiempos. Se había conseguido el ascenso a Segunda División y, como los finales felices provocan adicción, veíamos como algo natural repetir el "y comieron perdices" hasta el hartazgo. Pero ya dijimos aquí que el fútbol es un relato que desconoce siempre su desenlace.

Osasuna (que sí consiguió su objetivo) nos llevó de la mano al Callejón del Gato, a contemplar nuestro reflejo deformado y deformante. Al menos podemos apuntarnos el mérito de ampliar la rica nómina del esperpento, ese género tan español. Al menos, como ha sugerido el bueno de Pablo Texón, podemos creer que ha sido el gran Valle-Inclán quien ha escrito el colofón a esta temporada. Que lo perdido para el fútbol sea ganancia para las letras. Redundando en géneros eminentemente hispánicos, también está la demagogia (ese recurso de quienes se han descargado de razones). Vacío y demagógico se presentó el entrenador azul en la alineación del sábado pasado. Si las alineaciones son la tarjeta de presentación de un entrenador, la última presentada por Generelo fue una retórica complaciente y, como se vio, cargada de peligro. Dio pena tener que ver sucumbir bajo una avalancha de goles a los Esteban, Cervero, Viti, Héctor, Omgba... y no a los que por lesión o decisión técnica se libraron de la quema. El campeonato se acaba de la peor manera posible y preocupa ver cómo en el fútbol profesional cada vez cuesta más trabajo empatizar y ponerse en el lugar del seguidor. Es la consecuencia de sustituir aficionados por espectadores.

El sábado ya había comenzado mal. Antes, uno iba a buscar las noticias. Ahora te asaltan mientras desayunas. La muerte de Muhammad Ali me amargó el café. Ali, un campeón del boxeo, de la empatía y, sobre todo, un campeón de la dignidad, ha sido alguien que me ha marcado profundamente. Y no hay en lo que digo ni un ápice de exageración o literatura.

Yo descubrí la trascendencia de su figura en el documental "Cuando éramos reyes" y a partir de ahí se mostró para mí como una referencia ineludible. Aún recuerdo la impresión que me quedó después de ver dicho documental en casa de una gran amiga. A partir de ese momento, lo puse en un lugar de preferencia entre mis ídolos. Porque reconozco tener ídolos. Desconfío de quien niega tenerlos. Probablemente sean ellos mismos sus propios ídolos. La autoidolatría es una práctica en alza.

Qué cruel está siendo 2016 con el talento: Bowie, Cruyff, Prince, Ali...

Y qué pensaría "The Greatest" si viese a un equipo como el Oviedo derrotándose antes de los partidos y dándolo todo por imposible. Él, que prefería pasar por bravucón antes que inclinar la cabeza. Él, que hizo de la dignidad su combate más brillante hasta el final y dio a la literatura oral y popular del siglo XX alguno de sus mejores fragmentos:

"Imposible es sólo una palabra que utilizan los débiles que encuentran más fácil vivir en el mundo que les han dado que explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho. Es una opinión. Imposible no es una declaración. Es un desafío. Imposible es potencial. Imposible es temporal. Nada es imposible".

Volveremos.

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