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Sociólogo

Neurocracia

El ciudadano vota con la emoción y los sentimientos antes que con la razón

El principal determinante del voto individual en las próximas elecciones será la emoción. Sí, algo tan básico y que con frecuencia se escapa a nuestro autocontrol. Y tan alejado de los contenidos de libertad y responsabilidad, de alta calidad ciudadana, con que casi todo el mundo trata de vestirlo. Hasta en las conversaciones de barra se repite el mantra fundamentalista: "Si nos vas a votar, luego, no tienes derecho a protestar" y cosas del estilo.

¿Por qué son tan importantes las emociones a la hora de decidir nuestro voto? Pues la respuesta la tiene el neuromarketing. Esta técnica neurocientífica aplicada de forma masiva a escala internacional, sobre todo en los Estados Unidos, ha logrado demostrar tras reunir evidencias suficientes que el mítico "ciudadano" no vota con la razón, sino con la emoción y los sentimientos.

El paso de la emoción al sentimiento que da soporte a la más que falaz "elección" (el acto o comportamiento electoral concreto) se produce a través del uso de las metáforas y la recreación de historias -storytelling- como claves esenciales para hacer llegar los mensajes electorales. Así el eje central de todo discurso político, especialmente en los cuatro que formarían en este momento en España la "compañía del poder del anillo", bien de una ideología o la contraria, se basa en las emociones tales como el miedo, la esperanza y el rechazo que pueden hacer más manejable y manipulable al elector.

Por algo Aristóteles le tenía un poco de reparo a la "democracia" ya que sabía perfectamente de su deriva dictatorial a través de lo que hoy llamaríamos "populismo".

El "logos" o razón del filósofo se impuso en el momento del cambio del régimen de Franco al modelo de las democracias europeas continentales. Nuestro córtex cerebral (tan reciente él mismo) se aplicaba a pensar qué cosa era la mejor desde el punto de vista racional, al estilo sapiencial. La opción por un acuerdo que desencallara la situación logró el consenso de unos y de otros: cada uno sabía que iba a ganar con el cambio. Fuimos como si dijéramos, mayorcitos sin que emociones e instinto protestaran. Se leía el Viejo Topo.

Una vez que el PSOE obtuvo su primera mayoría absoluta el foco se fue desplazando poco a poco al cerebro límbico, más emotivo, donde la esperanza socialdemócrata en el paraíso terrenal se iba traduciendo en empleo público y liberación sexual. Cuánto sufrieron las viejas guardias de la UGT y del Guerrismo. Finalmente se constató que incluso gobernando el PP se podía seguir "soñando" en ser buen ciudadano, ético diría el estagirita. Éramos portada del "Vogue".

Después de la carísima apoteosis de Zapatero y el brutal zarpazo de realidad de la crisis se constata un acelerado movimiento desde el ethos al pathos, desde el cerebro límbico al protoreptiliano: el reino de los instintos. El puro "miedo" y resentimiento, el instinto de supervivencia e incluso de agresión. Lejos quedan los tiempos del logos, de las explicaciones basadas en el hombre racional e incluso del sueño ético-democrático de la felicidad perpetua. Se difunde a través de la incoherencia de Facebook, no se lee ni en el wáter.

Unidos-Podemos le está diciendo al PP: ahora solo quedamos tú y yo, es el segundo asalto, prepárate a morir. La polarización se hace más evidente en el análisis que quizá lo llegue a ser en el resultado electoral pero es cierta, solo queda la socialdemocracia viejuna del PP y la socialdemocracia rebelde de Pablo Iglesias. Parecía increíble pero recordemos que hemos sido capaces de votar al Chiquilicuatre.

En toda esta historia la verdad se vela persistentemente, apenas distinguimos nada. Solo una sorda y feroz lucha neandertal por el poder donde los votos son los garrotes. Realmente tu y yo pintamos lo mismo que un garrote, nos tratan con el mismo respeto que a un garrote y masivamente no pensamos más que un garrote.

Igual el día de las elecciones era mejor no celebrarlo, tal como hizo Gandhi el 15 de agosto de 1947 y dedicarse un rato a trabajar con las manos o con la cabeza.

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