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Retrato del artista adolescente

"Retrato del artista adolescente", publicada hace cien años, es la primera novela larga de James Joyce y la de corte más tradicional. No es exactamente un texto anterior, "Stephen el héroe", escrito entre 1904 y 1906, y, aunque los personajes y las situaciones son las mismas, Joyce aprovecha de aquella 93 páginas de más de 300. Como en los cuentos de "Dublineses", en el "Retrato" mantiene una solidez narrativa que será el cimiento de las innovaciones de "Ulises": pues como decía Picasso, antes que pintar, hay que saber dibujar, y antes que hacer las grandes innovaciones narrativas del siglo XX, hay que saber construir una novela.

A pesar de ser una primera novela, "Retrato" es muy compleja: trata de la decadencia de una familia burguesa vista a través de un colegio de jesuitas o de uno de los miembros de esa familia, alumno del colegio jesuítico de Dublín. Un Dublín muy presente, aunque con menos intensidad que en "Dublineses" o en "Ulises", porque "Retrato" es una novela de interior, parte de la cual se desarrolla dentro del colegio o se ocupa de las especulaciones de Stephen, en aumento conforme avanza hacia su final.

Se inicia con levísimos apuntes familiares, una canción infantil y ya estamos en el colegio. La vida en el colegio está descrita con sobriedad, sin ceder a la tentación anecdótica (como en la novela sobre el mismo asunto de Pérez de Ayala). En los primeros capítulos se destacan las relaciones entre la vida del colegio y la casa, las comidas en familia, el padre trasladando el whisky a un jarro de cristal, el tío Charles, que podría ser un personaje de "Los muertos". Aquí la presencia del padre es mayor: un Micawber que hizo muchas cosas y no hizo nada. Los últimos capítulos se ocupan de las relaciones de Stephen Dedalus con sus compañeros (ya entraron en la adolescencia) y cobra fuerza la madre, hasta entonces borrosa, sufriendo los conatos de irreligiosidad de su hijo, y a la que recordará, ya muerta, de manera sombría, en "Ulises". La decadencia económica se expresa con los sucesivos traslados de domicilio, cada vez a barrios más sórdidos. Pero Mr. Dedalus continúa siendo un señorito de Dublín y su hijo un alumno de los jesuitas. El largo capítulo de los ejercicios espirituales da paso a la madurez de Stephen, o, al menos, a su independencia. Después de las dudas y del primer pecado, vienen las crisis, el arrepentimiento, y, al fin, el momento de tomar una decisión firme: "Mira, Cranly, te voy a decir lo que haré y lo que no haré", le dice Stephen a un compañero, una vez decidido a ocupar su lugar en el mundo. Rebosante de escolasticismo, Stephen se plantea cuestiones estéticas. "Al iniciarse el siglo, el joven artista tiene cerca de dieciocho años -escribe Umberto Eco-. La cultura escolástica, absorbida en el colegio, entra en crisis". Pero es el soporte del joven artista, que no ha alcanzado aún la cultura mundana, y lo será durante el resto de su vida. Stephen orgullosamente, firma que silencio, destierro y astucia serán las únicas armas que se permitirá emplear en su inmediata entrada en el mundo.

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