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andres montes

Queremos tanto a Frank

El personaje de Richard Ford en cuatro momentos

Frank Bascombe ocupa treinta años en la escritura de Richard Ford, que se sustancian en tres novelas y un conjunto de relatos que, con tintes de resumen vital y despedida, componen su última aparición literaria. El Bascombe fordiano es, al principio, un hombre empeñado en domesticar las expectativas, en aquietar el temor al que vendrá, que de forma reiterada sufre el asalto del azar, la parte más incomprensible de la vida. Al margen de los golpes de lo inesperado, su devenir personal se articula en torno a la trivialidad de lo ordinario, enredado en una insulsa cotidianidad, que se refleja en el ritmo moroso del relato de Ford.

A mediados de los ochenta del siglo pasado Franck Bascombe es un escritor reconvertido en periodista deportivo, ha perdido a uno de sus dos hijos y acaba de divorciarse. En ese tiempo de confusión personal fija la "regla de oro del periodismo: no perder de vista nunca la vida, ni siquiera la vida que uno cree conocer". El autor enseña la oreja cuando su personaje afirma que "los escritores de verdad son socios de un club de un solo miembro".

Entrados los noventa, Bascombe, que ha mutado en agente inmobiliario, se prepara para celebrar el Día de la Independencia en compañía de su hijo, con el que mantiene una relación distante y conflictiva. A Ford le gusta confrontar la pequeñez de su protagonista con la aparente grandeza de los días especiales y consigue que el tiempo histórico sea algo más que un telón de fondo en el devenir de su hombre. Bascombe se prepara para entrar en lo que denomina "Período de Permanencia", "esa época prolongada que se extiende hasta lo lejos, (...) en la que lo que haga y diga, con quién me case, lo que sea de mis hijos, se convertirá en lo que el mundo sabrá de mí, verá de mí, comprenderá de mí incluso creerá que es lo que pienso yo de mí, antes de que se alce lo irremediable y me lleve tristemente al olvido".

Pero la vida es más fuerte que los planes. Entrado ya el nuevo siglo, en 2007, Bascombe se ha divorciado por segunda vez ("un divorcio probablemente equivale a las tres cuartas partes de una muerte") y superado un cáncer de próstata. En "Acción de gracias" se encuentra ante "el fin del perpetuo devenir, del pensar que la vida planeaba maravillosos cambios para mí, aunque no fuera así". No existe la opción de limitar el horizonte porque "es descabellado pensar que rebajando las expectativas y manteniendo las ambiciones al mínimo podemos evitar las sorpresas y los acontecimientos desagradables".

El más reciente Bascombe, el de "Francamente, Frank" comprueba cómo "la vida se reduce a una sustracción gradual", "el mundo se va encogiendo y concentrando a medida que pasamos más tiempo en él". La vejez deriva en "una relación más complicada con la realidad cotidiana", incluso para alguien como él, convencido de que conviene "no saber mucho. La plena revelación es el mito de las clases inquietas". Y, como conclusión, nos deja la constancia de que "no hay una forma adecuada de planificar la vida ni tampoco de vivirla: sólo un montón de formas inadecuadas".

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