Llega la campaña electoral y a los políticos los "negros" que les cocinan los discursos les llenan las cuartillas de citas, prendidas algunas con alfileres, incautadas por incautos del catálogo de Wikipedia. En Asturias, los aspirantes a la cosa pública suelen llevar a Jovellanos pegado a la boca como si fuera un empaste. Es innumerable el abuso del nombre del prócer en estos tiempos, tanto que la palabra escrita del faro de la Ilustración vale, en el tintero de cualquier espabilado amanuense, para un roto y para un descosido, ya sea en defensa o en posición de ataque, en cantinela y en la letanía, a derecha e izquierda, a diestra y siniestra. Lo mismo ocurre con Azaña, a quien citó recientemente en un mitin el presidente del Principado. ¿Qué sería de los discursos políticos sin hacerse un Manolo o un Jovino? A Azaña lo rescató Aznar en la época en que hablaba catalán en la intimidad, lo empleó Zapatero en su proverbial desmemoria, y ahora Javier Fernández lo devuelve a la actualidad. El paladín de Jovellanos era Cascos, que aspiró sin éxito a ser traído a hombros desde Pajares en un 8 de agosto fallido del siglo XXI. Qué afán por resucitar a los muertos, qué empeño en tomar en vano nombres gloriosos del panteón patrio, sin más fin que confirmar que también en política cualquier tiempo pasado fue mejor.
