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andres montes

Los indecisos y la nariz de Cleopatra

La confianza de los socialistas en lo que no detectan las encuestas

Entre los "Pensamientos" de Blaise Pascal hay uno que puede tomarse como un anticipo del efecto mariposa, lo del aleteo capaz de producir un huracán que tanto contribuyó a popularizar la teoría del caos, centrada en los pronósticos sobre sistemas complejos. "Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado", dejó escrito el filósofo y matemático de Clermont Ferrand, defensor de la quietud como prevención de todos los males. El de Pascal era un aviso de las consecuencias drásticas que pueden tener sobre los acontecimientos aquello que resulta casi imperceptible.

A eso que todavía resulta invisible para las encuestas fía el PSOE sus esperanzas de evitar el domingo próximo el peor escenario en el que se haya visto el partido en su historia reciente. Asumido que resultaría imperdonable provocar unas terceras elecciones, la disyuntiva entre dejar gobernar al PP o apoyar a Podemos, en una cámara en la que la izquierda estaría al borde de la mayoría absoluta, carece de una solución que no sea desgarradora para los socialistas. Al margen el drama personal de Pedro Sánchez, obligado a marcharse si empeora los resultados de diciembre, optar entre el PP y Podemos abre incluso la puerta a una división interna de los socialistas, lo que agravaría su momento más oscuro.

La esperanza está en los indecisos, ese 32'4 por ciento que, según la encuesta preelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) mantienen abierta su decisión sobre el voto. Y el PSOE figura en todo el espectro político, desde los que dudan entre votar a Sánchez o Rajoy a los que no tienen claro si respaldar a los socialistas o a Podemos. De esa bolsa saldrán, si las hubiera, las sorpresas en la noche electoral.

Aunque Pedro Sánchez encabece ahora la nómina de víctimas propiciatorias de las urnas no es el único que puede verse en situación comprometida. Al margen de Rivera, que tiene garantizado su lugar sin pronósticos de severas oscilaciones, el futuro del resto de los líderes están en estas elecciones peligra más de lo aparente.

De Rajoy sabemos que su final es seguro si no vuelve a gobernar. La conservación del poder, con apoyos que ahora son impredecibles, sería su única garantía de continuidad al frente del PP. Con la pérdida del Ejecutivo, lo populares tendrán que acometer su renovación a las bravas y sin cortapisas para recomponerse en el plazo más breve posible.

Incluso para Pablo Iglesias, ahora en la cresta de la ola demoscópica, el triunfo no será completo. Su estrategia de apurar la repetición de elecciones, a la búsqueda de una superación de los resultados de diciembre, cierra las puertas a un acuerdo con el PSOE. Para abrir un resquicio de entendimiento, en el caso improbable de que fuera posible, los socialistas le impondrían condiciones inasumibles para una parte de los socios de Podemos, los de mayor sensibilidad nacionalista. Y, en cualquiera de los supuestos, ese proceso de acercamiento al PSOE no podría hacerlo el número uno, la bestia negra, lo que lo obligaría a fiarlo todo a Errejón, de perfil más conciliador. Iglesias sería así otro de los que ganando puede perder.

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