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Votos y pactos

Un interés ciudadano centrado exclusivamente en el escrutinio y en el Gobierno que debe formarse después

La campaña electoral se está volviendo extraña. Allí donde estaba anunciado un mitin, los candidatos se encuentran compartiendo una reunión de amigos intrascendente. Sólo el líder de Podemos cuenta por miles el número de asistentes a algunos de sus actos públicos. La expectación que suelen despertar los debates entre candidatos ha desaparecido desde el lunes pasado, día en que se celebró el único encuentro en televisión entre los aspirantes, del que ya nadie se acuerda. Las encuestas ofrecen unas estimaciones de voto tan coincidentes, a la vez que por otro lado señalan la probabilidad de una mayor abstención, la existencia de un tercio de votantes indecisos y pequeñas transferencias de votos, que es comprensible la duda sobre su fiabilidad. Además, incluyen pronósticos muy arriesgados de la distribución de los escaños.

Ocurre en realidad que el interés de las elecciones está centrado exclusivamente en el escrutinio de los votos y en el gobierno que debe formarse después. Para los electores, la campaña tiene interés en la medida que clarifique la estrategia negociadora que van a seguir los partidos y, en consecuencia, si les sirve de ayuda para decidir su voto. Téngase en cuenta que la política española registra la volatilidad electoral más elevada desde los años de la transición. El deseo del elector es que los dirigentes políticos respeten el sentido de su voto sobre todo a la hora de formar gobierno. Puesto que la campaña no está proporcionando al elector lo que éste espera de ella, su implicación es menor, reduciéndose a seguirla de soslayo, con aparente desdén. Si la campaña es esto, pensará el elector, está de más, pasemos directamente a contar votos y a ver qué pasa con el gobierno.

Desde luego, éste no es el destino prometido por la nueva política. Y ha sido precisamente Ciudadanos el partido que ha despertado la campaña de su letargo, pero a costa de provocar una confusión del todo inoportuna. El veto a Rajoy, ampliado selectivamente a otros miembros de su equipo, encierra una ambigüedad política rayana en la frivolidad, es una dificultad añadida para la formación del gobierno, aclara poco el criterio que mantiene Rivera en la lucha contra la corrupción y, en suma, envía un mensaje desconcertante al electorado de centroderecha que, mayoritariamente, tanto el de Ciudadanos como el del PP, prefiere una coalición de ambos a cualquier otra fórmula de gobierno; justo cuando eso, un gobierno, es lo primero que los españoles esperan de las elecciones del domingo.

Algunos dirigentes del PP han reaccionado a la condición puesta por Ciudadanos calificando su actitud de antidemocrática.Otros han querido rebajarla a recurso retórico de la lucha electoral y se muestran confiados en que si la suma de los escaños permite la investidura de Rajoy, habrá pacto. Tras expresarse con rotundidad, Rivera ha vuelto a pronunciarse con su habitual falta de claridad en este punto. Sea cual sea la verdadera posición de Ciudadanos al respecto, si no hay transparencia, es decir, si se dice una cosa y se piensa o se hace otra, algo habitual en la vieja política, sólo cabe esperar que la confianza entre el elector y el candidato se resienta.

El caso del PSOE es distinto, pero puede tener la misma consecuencia. Su electorado es el más dividido en las preferencias sobre la composición del gobierno. El candidato no desvela sus opciones en los diversos escenarios postelectorales posibles. Esto transmite la presencia de un liderazgo débil y oportunista, genera recelos entre los dirigentes y sus potenciales votantes e inhibe a los electores. Según el último sondeo de MyWord, el 34% de los votantes del PSOE, con diferencia el porcentaje más elevado entre los cuatro grandes partidos, no sabe qué dirección tomará su partido ante la alternativa de formar parte de una coalición con el PP y Ciudadanos o de otra con los partidos de izquierdas unidos a Podemos.

Resulta paradójico que el PSOE y Ciudadanos actuaran con total determinación firmando un acuerdo de gobierno y votando conjuntamente la investidura de un aspirante a la presidencia del Gobierno y, ahora, durante la campaña electoral, escondan sus cartas con tanto celo, mientras sus adversarios se postulan con meridiana claridad. De igual manera, es llamativo que según las encuestas el empeño puesto por ambos partidos en formar gobierno no vaya a tener premio de los electores y si lo tenga Podemos, que frustró el intento. La nueva política, hecha con una mezcla de usos de la política de siempre y efectos especiales, se esfuma y así la idea de cambio se va haciendo gaseosa.

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