Todo lo que hacemos por amor obtiene recompensa. Antes o después, más pronto o más tarde siempre se alcanza el reconocimiento de las acciones que suponen una desinteresada entrega. De joven leí "El arte de amar", de Erich Fromm, un tratado absolutamente recomendable que en los tiempos que corren convendría como libro de cabecera. Una frase de Fromm aún hoy permanece en mi ideario de los sentimientos más fértiles: "Es mejor amar que ser amado, porque se tiene la libertad de elegir".

Amar sin esperar nada a cambio, aportar sin ánimo de recuperar, desprenderse sin la usura de en el futuro sumar. Amar para ser libres. Del discurso del empresario asturmexicano Antonio Suárez en la entrega del premio Margaride, quedará memoria en letras de oro de su generosa declaración de amor, a su familia, a su profesión, a la madre tierra. Ese desprendimiento del humilde y generoso magnate se multiplica en el caso de Gijón, pues gracias a su empeño y a sus barcos pudo resucitar el último astillero de la bahía de una ciudad donde el naval quedó reducido a cenizas, a arquelogía industrial, a un amasijo de hierros sin vida, en el dique seco.