Un gijonés avisa a la Policía de que va a quebrantar la orden de alejamiento que un juez le impuso para no acercarse a su padre. El hombre ha decidido regresar al hogar paterno contra el mandato judicial por no tener dónde caerse muerto. No teme que le devuelvan a la cárcel, donde se está a refugio y se come caliente.

La calle es lugar inhóspito para quien lo ha perdido todo, un laberinto infranqueable. La situación parece cómica, pero se antoja enormemente trágica. Alejamientos de padres e hijos, por vía civil, penal o por política de hechos consumados. En la era de la comunicación, la mayoría vivimos incomunicados. Cualquier punto del planeta parece cada minuto que pasa más próximo: no hay fronteras, no hay distancias; sin embargo, nos separan kilómetros de quienes tenemos al lado, cuando no en ocasiones un abismo insalvable.

Salimos al mundo a través del móvil o de la tableta a buscar conocidos y empezamos a desconocer la realidad más cercana. Apaguen los móviles e inicien una recogida de firmas para que el legislador se plantee la inclusión en el código de una nueva figura legal: la orden de acercamiento.