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Elogio de las lumbreras

Ganó el Brexit y se oyó de todo. Hacías zapping buscando diversidad de opiniones y la encontraste. En TVE, donde siempre hay sitio para confundir un plató con un chigre, oíste llamar a los ciudadanos del Reino Unido corsarios, insolidarios y -literalmente- gentuza. Cuánta reflexión, no da uno abasto. ¿En cuántos programas serios de cuántas televisiones serias del mundo se puede llamar gentuza a alguien? Y si algún listo de la BBC dijera que los españoles son gentuza, ¿pasaría algo? ¿A cuántos pueblos se les puede llamar gentuza así, by the face, sin que se arme la de Dios? ¿Y racistas, y xenófobos, y victorianos, como fueron desgranando los cracks de un programa mal moderado que abochorna seguir con atención que no merece? Un debate exige -sonroja tener que teorizar sobre esto- capacidad para anteponer los dictados de la cabeza -con su mobiliario correspondiente, si lo hubiera- sobre la reacción visceral. No nos sobran en España esos lujos. La anglofobia tiene en España matices muy oscuros.

Hubo en el mismo debate un cierto regocijo ante la desunión de un Reino Unido que podría estarlo menos. Hay que ver. Qué carga tan pesada para el Reino Unido esa de ser el único reino de Europa Occidental con problemas de desunión. ¿Tensiones territoriales por la pretensión de Londres o de Escocia de tener voz propia en Europa? Menudencias. Que Londres llame a España, donde en materia de cohesión territorial somos, como todo el mundo sabe, una balsa de aceite. ¿De verdad quiere Escocia una voz propia en Europa? ¿Y Londres también? Pues lo tienen jodidísimo. De entrada, el resultado de una votación compromete a los que la ganan y a los que la pierden. Y la UE, con megaburocracia o sin ella, con europarlamentarios inútiles y codiciosos o sin ellos, ha buscado huir de la fragmentación desde sus inicios; la búsqueda de la unidad está en su razón de ser. Bruselas será reticente a los que protestan de haber perdido un referéndum.

Por otra parte, el análisis de una votación conduce a incomodidades como afirmar, más o menos entre dientes, que no todos los votantes tienen la misma preparación académica. Ya. Evidentemente. Pero si fuéramos a seguir esa línea y señalar con el dedo a quien tiene menos letras o menos luces, acabaríamos en un patio demasiado ruidoso y en un resultado de desolación. Farage habló de la gente normal, de la gente decente. Peligrosísimo. ¿Vale decir que hay por ahí una franja de electores que quedan fuera de las bendiciones de la normalidad y la decencia, que son anormales e indecentes? ¿Nos suena de algo aquí, en la nación libre de corsarios en su currículum, que se insulte a quien no está en la tribu propia? En fin. Cuánta lumbrera.

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