Uno que permanentemente tiene por primer libro de cabecera -habrá otros como la "Poética" de Aristóteles o "El arte poética" de Horacio o las "Bucólicas" y "Geórgicas" de Virgilio, pero sin tanta prelacía-, uno, quiero insistir, que lee con constancia la Biblia Vulgata, traducida por San Jerónimo al latín, no puede menos de traer a la memoria el texto de San Lucas que recoge el Magnificat de la Virgen María, en el misterio de Anunciación:
"Desbordo de gozo con el Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador".
Ante la noticia comunicada ayer en rueda de prensa por el señor Arzobispo y la superiora de las hermanas carmelitas samaritanas en el sentido de que, al fin, llegó el día de Valdediós, no puedo menos de explotar en una alegría contenida, porque una comunidad religiosa iniciará su vida de oración y contemplación en el vetusto caserón de Valdediós. Larga, en efecto, ha sido la espera, prolongada la plegaria, clamando a Dios para que este día arribara para Asturias, para colmar las ansias y los deseos, siempre vehementemente expresados, sin dejar ni un día de respiro a quien hacía gestiones que se antojaban lentas, casi paralizadas, casi inalcanzables, poco menos que imposibles.
Compartimos esa alegría con el prelado de la archidiócesis, don fray Jesús Sanz Montes, con el clero todo de Asturias, con los sacerdotes del arciprestazgo villaviciosino, con la Hermandad de Antiguos Alumnos y Amigos de Valdediós, con el Ayuntamiento de Villaviciosa y su Alcalde, con los feligreses de San Bartolomé de Puelles y de todas las parroquias de Villaviciosa, con la Asociación "Cubera", con el Grupo Cultural "Valdediós", con cuantos vivieron la zozobra de la espera, las ansiedades de contemplar que todas las puertas a las que se llamaba por parte de la autoridad eclesiástica se iban cerrando, una tras otra, hasta que -estamos convencidos- la Divina Providencia encaminó los pasos en la dirección adecuada. Y, por fin, amaneció el día ansiado, la espera y la esperanza de todos los amantes de Valdediós se vio colmada al saber que acababa de establecerse el requerido convenio de cesión de uso del monasterio de Santa María de Valdediós entre la archidiócesis de Oviedo y la madre general de la congregación de las religiosas carmelitas samaritanas del Sagrado Corazón de Jesús, de Valladolid.
Felizmente, dichosamente, cumplidamente, habrá una congregación religiosa que viva los ideales de la vida religiosa, los tres evangélicos consejos de castidad, pobreza y obediencia, en Valdediós. Que cada día realice, en medio de los cristianos de Asturias, el rezo del oficio divino, que cada momento sea un referencial para Asturias entera como un lugar estimulante para la piedad, que lleve a muchos a acudir al cumplimento de las obligaciones de participar en la misa dominical, entre los esplendores de una liturgia solemnemente vivida. Habrá ya quien pueda recuperar la misa hispano-mozárabe para el Conventín, quien atraiga a Valdediós a las celebraciones de Vísperas, a la misa de los domingos en la iglesia monacal. Atraerán a los peregrinos del Camino de Santiago el albergue y la hospedería de peregrinos, será Valdediós un auténtico cenobio de espiritualidad. Las campanas del recinto monástico convocarán las solemnidades litúrgicas, como lo vinieron haciendo de siglos. Valdediós será declarado como expresión del Camino de Santiago, habida cuenta también de su monumentalidad, Patrimonio de la Humanidad.
Estremecerase, en su pasado de siglos, el tercero de los Alfonsos, que mandara edificar la calificada maravilla del arte Prerrománico, el Conventín o basílica de San Salvador. Estremeceranse en su "capilla de los obispos" bien rememorados los siete obispos de la fama redivivos a un mundo de novedad. Estremeceranse en sus sepulcros "los últimos monjes de Valdediós" de la perennidad: sería aquí de mentar a fray Vicente Eijan, fray Malaquías Carrera y fray Valeriano Fernández, supérstites de la exclaustración más ignominiosa que referir se puede. Como si un espíritu de novedad volviera a aletear sobre las aguas del río Astura. Atrás volvían a quedar días de glorias y días de tristezas sin número; atrás, una vida de penitencias y sacrificios voluntariamente impuestos, en ascéticas de santificación; atrás, penitencias también, por faltas que Padre Abad corregía, en la capitular sala, con benignidad; atrás, rituales lavatorios de los pies en el claustro del Mandatum; atrás, el tomar del Armarium monacal, para la "sacra lectio", el libro que más convendría a la situación espiritual de cada uno de los hermanos; atrás, el refectorio, donde el monje lector añadía al frugal refrigerio una copa de buen vino, con fin de ayudar a reponer fuerzas después de la proclamación de la lectura del Kempis o Imitación de Cristo o bien las Colaciones del Abad Casiano; atrás, las purificaciones y abluciones, en la monástica fuente claustral.
Atrás, sí, seminarísticas inacabables horas de estudio en las tardes interminables; atrás, el Císter de nuevo recuperado; atrás, los Hermanos de San Juan Evangelista; atrás, el vacío sin fin del esperar contra toda esperanza. Así, hasta el hoy del todo novedad, del todo esperanza, del todo ilusión.
Al fin, proclamamos con el mayor gozo, al fin amaneció el día aguardado para Valdediós. Sentáronse frente por frente las partes contratantes y estipularon condiciones y oportunos considerandos para ambas partes satisfactorios, para la archidiócesis de Oviedo y la madre general. Como si la Historia corriera a trancos de siglos, amaneció, al fin, el día esperado para Valdediós.
Pues sí, una comunidad religiosa echará raíces en Valdediós, un lujo largamente ansiado, una ilusión para perennidad. La más cordial bienvenida estalla en todos los corazones agradecidos de los amantes de Valdediós. De mi corazón quiere brotar un cántico bello. De las honduras del alma salta a los aires, en acción de gracias a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, la más emocionada canción.
Como "clamó Isabel a voz en grito", así clamamos nosotros ante el día feliz que acaba de amanecer para Valdediós. "Éste es el día que hizo el Señor", podemos glosar, desde la médula más íntima de nuestro ser. A mieles de un rico panal, nos saben, en nuestros labios, las palabras a que podemos responder: "Saltemos de gozo y regocijémonos", cerrando con un "Aleluya" sin fin.