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Cinco siglos de Utopía

Tomás Moro viajó a Flandes en 1515, enviado por el rey Enrique VIII, en misión diplomática y comercial. En Amberes conoció a Pedro Gilles (Petrus Aegidius), quien sería, junto al portugués Rafael Hythlodeo, interlocutor de un coloquio mantenido en el jardín de la casa en la que Moro se hospedaba, y que, volcado en el papel, constituye el texto de su celebérrima obra "Utopía". Fue publicada a finales de 1516 en Lovaina, en las prensas de Dirk Martens, a instancias de Erasmo de Rotterdam y algunos amigos de ambos humanistas. Y aunque han transcurrido cinco siglos desde entonces, pasajes como el que se cita a continuación desprenden aún el hálito de la actualidad: "Aquella tierra no estaba en otro tiempo cercada por el mar, sino que Utopo, cuyo nombre, por ser su conquistador, lleva a su vez la isla, dispuso que se ahoyaran quince mil pies en el punto en el que el país estuvo unido al continente e hizo entrar el mar en derredor de la tierra."

Si la isla que Moro tiene en el pensamiento es Inglaterra, como alguien sostiene, la proclividad a la ruptura con el continente, para salvaguardar el bienestar de sus habitantes, ya existía, pues, mucho antes del reciente episodio del "Brexit". Esa segregación del conjunto de las naciones habría producido "admiración y terror a los pueblos vecinos, quienes, al principio, se habían reído de la vanidad de la empresa".

Y es que el orgullo insular británico viene ya de lejos, ha tenido en Winston Churchill un bardo inigualable y ha dado origen a un sinfín de dichos, sentencias y anécdotas que se han extendido por el mundo como demostraciones de la flema inglesa. Así, por ejemplo, aquel titular de prensa, apócrifo, que circuló por el Reino Unido en la primera mitad del siglo XX: "Aislado el continente por niebla en el Canal" (Fog in Channel: Continent cut off).

No obstante, el lugar en el que moran los utopienses es un espacio que todavía no ha sido explorado. Y tampoco sería justo decir que se mantienen plenamente aislados, pues les gusta salir, viajar, comerciar y aprender de quienes arriban a sus ciudades. "Cualquiera que llegue allí con el objeto de hacer una visita, al cual le asista alguna dote insigne de ingenio, o, por haber hecho un largo viaje, el conocimiento de muchas tierras, es acogido con ánimo bien dispuesto, pues oyen con agrado lo que pasa en cualquier parte de la tierra".

En Utopía, con todo, no se disfruta de una paz elísea, ni están aseguradas de antemano la concordia, la justicia, la igualdad, la armonía y la vida placentera. Los individuos que componen aquella sociedad son tan viciosos o virtuosos como los que hay, ha habido y habrá en todo tiempo y lugar. Y lo que Tomás Moro ha expresado en la hermosa forma de un relato es en realidad una crítica profunda a un sistema que está ocasionando desdicha, desesperanza, división, pobreza, violencia, inseguridad, mendicidad, delincuencia y exclusión en Inglaterra y en el resto de Europa.

Los habitantes de Utopía no desean correr esa suerte. De ahí que no les tiemble el pulso en el momento de cortar los amarres con los que su territorio se sujeta a los norays del continente. Lo que no es garantía de nada, pues ni siquiera aislándose se verán enteramente libres de pleitos, agresiones, ociosidad, conatos de tiranía, irresponsabilidad o vanidad. Y es que no habrá sosiego mientras exista un adarme de deseo de poseer algo en exclusiva, hontana de todas las injusticias y desigualdades, y, en definitiva, de la infelicidad. "¡Tan firmemente estoy persuadido de que si no se suprime de raíz la propiedad no se pueden distribuir los bienes según un criterio unánime y justo o disponer provechosamente los asuntos de los mortales!". Y prosigue: "Si subsiste, subsistirá para la mayoría de los hombres la ansiosa e ineluctable pesadumbre de la indigencia y de los infortunios".

La mirada oblicua que Tomás Moro dirige hacia la agitada coyuntura en la que se halla Europa le permite diagnosticar el tipo de mal que la inficiona desde la radícula hasta la copa del colosal árbol de su historia: el orgullo, el egoísmo, el individualismo, el espíritu competitivo y la voracidad, disolventes de la verdadera naturaleza de la sociedad, que ha de ser como una única familia (ita tota insula velut una familia est). "Lo que vuelve ávido y rapaz es, en el reino de todos los vivientes, el temor de hallarse privado, o, en el hombre, la sola soberbia que tiene a gloria sobrepujar a los demás en la ostentación de lo superfluo".

Utopía es una república en la que la suprema aspiración consiste en que la vida comunitaria se regule por la suavidad y dulcedumbre de unas leyes que emanen de la naturaleza y la razón, y que los ciudadanos no sean compelidos a observarlas haciéndose violencia a sí mismos, sino que su cumplimiento fluya como algo ínsito en su ser. Y en donde existe contemplación de la naturaleza, libertad, racionalidad y voluntad de verdad florece la religión, a la que Tomás Moro dedica las últimas páginas del libro. No porque sea a su juicio lo menos importante en aquella sociedad en búsqueda de la felicidad, sino porque es el ápex que confiere sentido y unidad a los resultados parciales que se van logrando en la prosecución del alto objetivo señalado. Donación, gratuidad y adoración son elementos de la religiosidad auténtica y son también rasgos inequívocamente identificativos del ciudadano de Utopía, que hallará la horma perfecta para su creencia en la forma de vida en común que propone el cristianismo.

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