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Que se mueran los viejos

Hartos de que los viejos sean un estorbo incluso en las urnas, los seguidores de Podemos no paran de tararear tuits a favor de que se prive del voto a los jubilados. Alguno de ellos va más lejos al pedir que se les quite la pensión para ver si así "la van cascando"; y no falta siquiera quien abogue por darles matarile con un contundente: "Hay que matar a los viejos". Basta echar un vistazo a las numerosas deposiciones que los pájaros dejan caer estos días en la jaula de Twitter para comprobarlo.

En esto, como en tantas otras cosas, la nueva política saca su inspiración de los años sesenta del pasado siglo. Fue entonces cuando el grupo catalán Los Sírex lanzó al mercado su exitoso tema "Que se mueran los feos", ahora parafraseado en un "Que se mueran los viejos" por quienes atribuyen a los ancianos la crecida del voto conservador en las últimas elecciones.

Curiosamente, los jóvenes anticapitalistas coinciden en sus deseos con Taro Aso, ministro de Economía de un país tan decididamente capitalista como Japón. Indignado también por lo mucho que le cuestan los pensionistas nipones a la Seguridad Social, el mentado Aso los instó a que se murieran cuanto antes y así dejasen de ser una carga para el Estado. E incluso el Fondo Monetario Internacional había advertido antes del "riesgo" que corren las pensiones si sus beneficiarios se empeñan en seguir falleciendo más tarde de lo que conviene.

España es, en efecto, un país de edad media bastante alta, como ocurre en general con todas las naciones desarrolladas. Parece normal, por otra parte. Solo en estos territorios liberales y socialdemócratas es posible llegar a viejo, gracias a que la robustez de su Producto Interior Bruto permite el pago de los gastos de sanidad, desempleo y pensiones a sus ciudadanos. Otros regímenes en los que Podemos deposita su admiración no están para tales lujos y, en consecuencia, tampoco han de cargar con una población anciana como la de la vieja Europa.

Lógicamente, la gente mayor tiende a ser conservadora: y eso explica el apoyo mayoritario que los jubilados y la gente de edad madura presta en España, por ejemplo, al Partido Popular y, en menor medida, al PSOE. Es natural. A partir de ciertos tramos de su cronología, el hombre se hace poco amigo de los cambios, en la razonable creencia de que -al menos desde el punto de vista biológico- toda mudanza será a peor con el paso del tiempo.

Dado que este es un país donde el número de viejos excede al de jóvenes en la pirámide demográfica, no ha de extrañar que el sexagenario Rajoy sea el más votado a pesar del lógico desgaste del poder. Puede que algunos -o muchos- de esos ancianos votantes estén a favor del progreso; pero no es menos verdad que la idea del "cambio", a mejor o a peor, les produce urticaria.

De ahí que los presumiblemente jóvenes seguidores de Iglesias hayan reaccionado con tal virulencia contra la Tercera Edad que, a su juicio, los ha privado del gobierno que ya les daban a saborear las encuestas. Tampoco hay porqué ponerse así. Que se mueran los viejos es solo cuestión de tiempo. El único peligro reside en que ese desenlace natural pille ya algo mayores a los de Podemos y entonces tengan que cambiar el discurso.

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