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Un paraíso en Asturias

El ginkgo biloba hincado en un recodo de la senda que serpentea por el jardín inglés de "La Quinta" levantada por los hermanos Ezequiel y Fortunato Selgas Albuerne en El Pito es como el emblema de lo que ese conjunto de edificios y parterres significa en Asturias. Dicen que el ginkgo es, de entre los árboles, el único que ha logrado sobrevivir a los cataclismos de los siglos. Así, un ejemplar en Hiroshima, que reverdeció después de la explosión de la bomba atómica, ha devenido un símbolo de la esperanza.

El de "La Quinta" no tiene renombre, pasa desapercibido para la mayoría de los visitantes, a cuyos ojos se muestran egregias otras especies: las secuoyas, sobresalientes más que ninguna otra, y con una disposición del ramaje a lo largo del tronco que les confiere el aspecto de descomunales enseñas cheroquis clavadas en tierra; las magnolias, de bruñido follaje, fanales inmensos de verdor, que pueden cobijar bajo su fronda, moteada de imperiales y fragantes flores blancas, un grupo grande de personas; las araucarias Norfolk, excelsas, apostadas como colosos de Memnón junto al invernadero, porta cupcakes gigantes, pagodas estilizadas, pirámides escalonadas siempre en construcción, fungen de cierre en el jardín italiano, al igual que lo hacen ciertas cupresáceas en los "secret gardens" ingleses e italianos; las tuyas, de sinuosas, tubulares y atormentadas ramas, las cuales forman ángulos y ondulaciones extrañas, de las que penden enjambres de aromáticas hojas aciculares.

El ginkgo biloba de este maravilloso enclave asturiano en el ancestral solar de los pésicos es por su capacidad de resistencia, adaptación y convivencia, como un trasunto de lo que la Fundación Selgas-Fagalde, creada hace ahora veinticinco años, viene realizando en pro de ese legado fabuloso que perdura en la costera localidad de El Pito. Calladamente. Una más entre otras. Aunque depositaria de un patrimonio poco común. Es como el ginkgo del jardín, que no deja de otear desde su altura la oquedad de la que mana el agua que discurre junto a una gruta y el templete jónico que la corona. Así también la Fundación Selgas-Fagalde. Es una entidad vitalista, animosa, tenaz, que, en medio de un soto de instituciones eminentes, permanece junto a las aguas rumorosas del arte y de la cultura, fluentes desde el abismo de la "natura", sin apartar la mirada de aquella que es la única y verdadera prominencia: la de la humanidad que se eleva por medio de la belleza multiforme desde el nadir de sus pulsiones hasta la plenitud de un cénit que es sobrenatural, perfecto, trascendente y absoluto.

El jardín de Selgas es un espacio paradisiaco. El vocablo "paraíso" proviene del avéstico "pairidaeza". Designa un cercado circular, un jardín cerrado, un parque ceñido por un muro perimetral que solamente se puede trasponer por el vano de una puerta. Así era, en Babilonia, el jardín de Susana, según el libro bíblico de Daniel; en Persia, el jardín edénico Chahar Bagh; en Europa, el hortus conclusus medieval.

Las estatuas que ornan "La Quinta", y en especial el conjunto formado por Eros y Psique, dan una idea de lo que los Selgas pretendían con la creación de ese lugar idílico: representar la pugnaz tensión entre la materia y el espíritu, la pasión y la razón, el cuerpo y el alma, la cual sólo logra apaciguarse por elevación, al converger la exuberancia de la naturaleza en la opulencia de la obra realizada por la mano del hombre, que, en el interior del palacio, es espectacular. El visitante se siente cautivado cuando logra hallar el principio vector que le permita deambular a través de aquella profusión total, las directrices del pensamiento por las que se han regido los artífices de tan magnífica realización, la armónica belleza que sinfónicamente componen las líneas trazadas, las proporciones, la simetría y las correspondencias. El buen gusto, en definitiva, de la razón. Ars est celare artem.

Y por encima de todo, como final de aquel edificio que se alza sobre la pujanza de la Naturaleza, está la persona, que ama, lucha, goza, trabaja y reza. La galería de retratos que penden de las paredes vestidas de tela es la de otras tantas miradas captadas por la agudeza de los retratistas: brillantes, tristes, evasivas, heladoras, interpelantes, dulces, distraídas, sesgadas o penetrantes. Y todo aquello no merecería el calificativo de paraíso si no lo fuera también para los más necesitados. Es por ello por lo que los Selgas construyeron, dotaron y mantuvieron las Escuelas y la Iglesia de El Pito, pues no cabe que la estética, la ética y la noética caminen disjuntas, sino de la mano, como las tres Gracias, que entrelazan las suyas bajo un no menos grácil surtidor en el jardín de "La Quinta".

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