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Cerca del absurdo

La confusión e inoperancia de la política española

La política española se encamina a un punto de confusión e inoperancia inconcebible. Nadie podía imaginarse que el país estuviera dirigido un día por políticos con tantas dificultades para resolver la cuestión de la formación del gobierno, que es una operación rutinaria en todas las democracias avanzadas. La situación provoca en los ciudadanos fatiga y desazón, una mezcla que alienta la búsqueda de cualquier salida, por extravagante y costosa que sea.

La ronda exploratoria de conversaciones mantenida por el aspirante del PP con el resto de los líderes ha concluido con un balance muy negativo. Si llegara a presentarse Mariano Rajoy a la investidura, una decisión que él mismo ha evitado confirmar, contaría únicamente con los votos de su grupo parlamentario, insuficientes para obtener el nombramiento frente al rechazo explicitado por todos los partidos, con la excepción de la diputada de Coalición Canaria, que ha mostrado su disposición, y nada más, a dar un voto favorable. Si los partidos, particularmente el PSOE, persisten hasta el final en la posición que han hecho pública no habrá gobierno del PP en la legislatura que se abrirá la próxima semana. Entonces, la única manera de sortear unas nuevas elecciones consistiría en que el candidato socialista se presentara a la investidura y contara con el apoyo de Podemos y los nacionalistas catalanes y vascos, pues Ciudadanos no entraría en ese pacto. El PSOE se ha puesto de espaldas a esa posibilidad, pero en su comparecencia ante los periodistas Pedro Sánchez no ha despejado los rumores que circulan al respecto y, por el contrario, ha querido dejar claro que el PSOE estará en la solución y que no habrá elecciones. El PP no encuentra apoyos para Rajoy y las elucubraciones sobre un gobierno multipartidista de las dos izquierdas y los nacionalistas no acaban de concretarse en nada. El panorama, en resumen, es más oscuro e incierto. Salta a la vista que los líderes políticos hablan con reservas que antes no tenían, midiendo las palabras y ocultando sus intenciones, y que no se atreven a hacer un pronóstico fiable de lo que va a pasar.

De momento, lo que ocurre es que los partidos no han asumido el resultado de las elecciones con todas las consecuencias, se muestran torpes con la mecánica del sistema parlamentario, como si lo estuvieran estrenando, y en sus cálculos tienen poco en cuenta a los ciudadanos. El sistema electoral no es la causa de que a Ciudadanos lo haya abandonado una parte de sus votantes. No hay indicio alguno de que una campaña intimidatoria en los medios consiguiera espantar a un millón de potenciales votantes de la coalición liderada por Podemos, cuyo retroceso obedece más bien a factores internos. Pedro Sánchez persevera en el discurso de la existencia de una mayoría por el cambio, en el que insiste desde diciembre, forzando en demasía la interpretación de los datos electorales. Los partidos, y la mayoría de los votantes, se oponen a la continuidad del PP en el gobierno por razones muy diversas que, como se ve, no son conciliables.

La situación política que vivimos los españoles recuerda lo insólito de los personajes más característicos de las películas de Buñuel que, sin saber por qué, se encuentran imposibilitados para alcanzar sus propósitos. La nuestra es de igual modo una situación bastante inexplicable. La complejidad política y numérica del Congreso es máxima, pero lo componen partidos habituados a negociar pactos políticos en municipios, comunidades autónomas e incluso en temas de Estado, como es norma en toda Europa, y nuevos partidos a los que se suponía dialogantes y conciliadores. Sin embargo, todos están afectados por el mismo síndrome del inmovilismo que tanto reprochan a Rajoy. Ninguno parece considerar como asunto prioritario la formación de un gobierno.

Hay argumentos de mucho peso para pensar que no habrá terceras elecciones. Los partidos que se han colocado directamente en la oposición no tienen buenas perspectivas ante las urnas. Los ciudadanos entenderán que los dirigentes actuales han quedado descalificados para presentarse por tercera vez. Y, para colmo, podrían darse los mismos resultados de las últimas, que difieren poco de los registrados en las anteriores. Pero sí, puede que haya dirigentes políticos que para salir del paso, que es todo lo que se puede esperar en las circunstancias actuales, prefieran convocar sucesivas elecciones hasta que se remuevan los escaños suficientes y la aritmética ofrezca la solución por sí misma, antes que hacer un verdadero esfuerzo por llegar a un acuerdo.

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