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Sol y sombra

Lobos solitarios, asesinos mutantes

No es fácil separar delito y yihadismo. A fin de cuentas, todo es uno. Del mismo modo que tampoco es difícil atraer a un delincuente común a la yihad: depende del grado de tara mental del que dicen lobo solitario.

La captación de fanáticos dispuestos a colocarse bombas en la cintura para suicidarse asesinando a cambio de un paraíso de huríes no debe de ser en la actualidad tan funcional como era o aparentaba ser. Por eso el terrorismo islamista recurre a este tipo de energúmenos que no necesitan tres meses en un campo de entrenamiento o que los adoctrinen: basta con el resentimiento social y las propias circunstancias particulares para activar el odio que los oprime. Es la propia mutación del delincuente de poca monta en asesino la que hace al yihadismo un enemigo cada vez más peligroso y complicado de combatir.

Francia está en el punto de mira de los terroristas seguramente porque el número de asesinos mutantes es superior al de otros lugares. Presenta, además, una posición geoestratégica ideal. Niza, la exuberante ciudad mediterránea con una población árabe numerosa, ha sido puesto de reclutamiento de soldados decididos a alistarse en el ISIS. Los lepenistas consiguieron allí siempre buenos resultados como reacción extrema a las mezquitas y la inmigración. En Niza, no sólo por su emplazamiento casi de frontera, se ha dibujado un escenario de primera línea de combate entre los fanáticos musulmanes y quienes propagan un discurso oportunista de rechazo contra ellos. El reclutamiento del asesino mutante -del delincuente común disponible para la causa debido a sus transtornos mentales y sociales- promete una larga y dolorosa guerra en la que las bajas sólo hacen mella a un lado de la trinchera, la que es más permeable. Pero no basta con llorar ni volver a enredarse en el diagnóstico. Hay que actuar, aunque no sabemos cómo.

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