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Fuego en la noche

Las vidas trepidantes de Jerry Lee Lewis, figura legendaria de la música popular norteamericana, y el músico ovetense Javier Méndez

Nick Tosches es el autor de una amenísima biografía del cantante Jerry Lee Lewis. Se titula "Fuego eterno". En el prólogo, el crítico musical estadounidense Greil Marcus afirma que "es el mejor libro jamás escrito sobre un músico de rock and roll". En la medida en la que el lector se adentra en un dédalo de "shotgun houses", iglesias de Asambleas de Dios, bares "honky-tonk", tugurios, locales de ensayo, estudios elementales de grabación y hoteles de una sola noche, y de cuanto en todos esos lugares acontece, va dándose cuenta de que está siendo abducido por el discurrir trepidante de una vida dedicada por entero a una genialidad innata, genuina, desinteresada, desatada, total y fatal.

Lewis nació en Ferriday, Luisiana, en 1935. El entorno era de una arraigada y sentida religiosidad pentecostal. Fue precisamente en la iglesia en donde empezó a familiarizarse con el piano. Hasta que le compraron un Starck vertical. Se pasaba horas practicando lo que algunos llamaban "boogie-woogie" y otros calificaban de música del diablo. Ya entonces mostraba ese rasgo tan característico suyo de interpretar una melodía con la mano derecha a la vez que mantenía un ritmo vertiginoso e intenso con la izquierda. Aunque no golpeaba todavía los agudos del teclado con el tacón de su zapato, tal como luego lograría hacer de un modo increíble en la ejecución de los temas que lo convertirían en una de las figuras legendarias de la historia de la música popular norteamericana.

Quiso ser, en algunos momentos de su vida, predicador, entregarse por completo a Dios. Pero, como escribe Geil Marcus en el prólogo del libro, "era un vándalo cuya alma se debatía entre el Espíritu Santo y las tentaciones del demonio". Y, al final, las drogas, la fama desmesurada, el sexo, el matrimonio con una prima de trece años y una serie inacabable de escándalos, lo condujeron por caminos muy distintos de aquellos por los que se sentía llamado a transitar cuando sus convicciones religiosas lo impelían a no anteponer nada al anuncio de la alegría de la salvación cristiana. La conversación que mantuvo con sus colaboradores en el estudio, cuando grabó "Great Balls of Fire", respecto al carácter diabólico de la canción, es, tal como se lee en la obra de Tosches, una muestra del estado de agonismo espiritual en el que se hallaba siempre.

Contemporáneamente a la aparición del libro sobre Jerry Lee Lewis, en LA NUEVA ESPAÑA se publicaba una entrevista concedida por el músico ovetense Javier Méndez, quien ha sido, a lo largo de su vida, infinidad de cosas, plasmaciones de su inagotable veta artística. Ha sido bajista de "El Sueño de Morfeo", y ha actuado en varios grupos musicales. Dibuja y compone. Y todo lo que cuenta en esa entrevista daría para escribir un libro al que la fuerza de la personalidad del protagonista y de su trayectoria profesional inyectaría el impulso vital que hace, del mero taco de hojas tintadas y cosidas, un pozo de agua refrescante.

"Oviedo me ahogaba", dice Javier. Y fue a parar a los Estados Unidos. Estuvo ocho meses en Los Ángeles. "Me lancé al rock and roll y acabé en el hospital. Tenía dinero y me metí demasiada caña y estuve a punto de palmar. Ahí empecé a ver la luz y a cambiar el enfoque". Un matrimonio de emigrantes, mexicana ella y guatemalteco él, con tres hijos, lo acogieron en su casa y lo ayudaron a salir del mundo tóxico en el que se hallaba instalado. Lo alojaron en la biblioteca. Y allí, durante dos meses, se entregó a la lectura. Y comenzó a ser él mismo. "Tenían filosofía, esoterismo, espiritualidad, un jaleo en el que deseché las majaradas y fui quedándome con lo que me venía bien. Empecé a ser positivo".

Javier Méndez declara que no es religioso, pero sí espiritual. "Me quedó mucho del budismo, pero no soy budista, ni soy cristiano, pero Cristo me atrae". Y reconoce los beneficios que le han proporcionado aquellas lecturas continuadas de libros espigados al azar en el recinto silencioso del hogar amigo. "La espiritualidad me ha preparado también para una bajada, si sucede. Mis grandes bienes son interiores, son la tranquilidad que tengo". Y esta confesión del músico asturiano evoca lo sucedido en algunas figuras destacadas de la historia en las que la fricción intensa entre las fibras del alma y las del papel ha producido una deflagración que ha implosionado con estallido mudo, dejando tras de sí el incendio de un fuego inapagable, el fulgor de una luz envolvente, el ardor de una llaga que no cura, siendo ella misma una medicina: Jeremías de Anatot, Pablo de Tarso, Justino de Nablus, Agustín de Tagaste, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Blaise Pascal, Franz Kafka, Edith Stein, Manuel García Morente, entre otros. Y siempre, siempre, de fondo, la quietud de las horas acrónicas, como dejó escrito el asturicense Leopoldo Panero en unos versos inolvidables: "Vuelves a ser tú mismo, / pero de noche, / absolutamente de noche. / Y con la gran pregunta de tus manos, / y con la inmensa duda en carne viva, / de tu esperanza, / ves, / pero de noche, / absolutamente de noche."

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