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Fernando Granda

Un día de verano en Asturias

La playa tiene una arena fina y blanca. Las aguas la van llenando poco a poco mientras sube la marea. Luce el sol en un cielo azul, ayer había unas cuantas nubes grises que despoblaban la arena. La gente entra y sale del agua mientras muchas personas caminan conversando por la punta de las olas. Algunos niños juegan en los charcos que ha formado la bajamar y la chavalería disputa un partidillo mientras dos o tres parejas le dan a las palas. Es un día cualquiera de verano en Asturias.

El sendero está bastante poblado con gente que sube y gente que baja. Los madrugadores, que en su mayoría ya descienden, llevan todavía ropa más abrigada que los que aún ascienden y portan su mochila repleta de bebida y algún bocadillo. La niebla de la mañana se va despejando y los rayos de sol comienzan a calentar el camino. Se ven algunas cabras en los riscos y en las empinadas laderas, entre arbustos, hierbas altas y maleza, varias vacas pastan acostumbradas al peligro. Es un día cualquiera de verano en Asturias.

Un pesado pendón preside la marcha de una procesión en la que dos docenas de muchachas y muchachos vestidos de aldeanos arropan a cuatro recios mozos que llevan a hombros el santo patrón. Detrás va un cura, el alcalde pedáneo y unas cuantas personas vestidas de domingo. Un centenar de familias con niños ataviados con ropa ligera completan el desfile hacia una capilla en medio del pueblo. Es un día de verano en Asturias.

El río baja con sus aguas tranquilas por los meandros del paisaje. Varias embarcaciones ligeras, la mayoría piraguas, navegan en el sentido descendente de esas aguas. Gran parte de ellas remadas por muchachas y muchachos, esforzados unos, alegres otros, que disfrutan de la aventura vacacional. En varios recodos del cauce, donde las aguas son más profundas, grupos de bañistas se dan un chapuzón. Más abajo, en un remanso formado por los cantos de aluvión dos pescadores con sombrero de paja lanzan sus cañas en busca de alguna trucha. Es un día cualquiera de verano en Asturias.

Un grupo de variopintas gentes circula por la plaza siguiendo a un guía que mantiene un banderín en una mano mientras con la otra gesticula señalando diversos edificios del entorno. Llevan todos gorros y pañuelos en la cabeza y se dirigen a un palacete, una capilla o un caserón histórico mientras bordean un pequeño monumento erigido a un antiguo personaje de la comunidad. Otras varias personas van y vienen en su quehacer cotidiano. Es un día cualquiera de verano en Asturias.

El mercado semanal está repleto de tenderetes donde los comerciantes venden verduras, legumbres, frutas, pollos, panes, quesos y embutidos caseros unos, ropa, plantas, discos y chatarra otros. En una esquina se muestran algunos objetos de cerámica, cacerolas y pequeños instrumentos de cocina y al fondo útiles para la playa. Los visitantes pasean ante los puestos y algunos compran. Es un día cualquiera del verano en Asturias.

Son éstas unas muestras de la indiferencia y apatía que la gente tiene hacia unos profesionales de la política, propensos a realizar declaraciones ante el primer micrófono que se acerque, pero reacios a negociar programas, establecer posibles pactos y llegar a mínimos acuerdos para formar un ejecutivo que gestione un gobierno para una amplia mayoría. ¡Qué incapacidad!

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