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Periodista asturiana residente en Múnich, autora de "Alemania, el país imprescindible"

Ilusiones reales

El 23 de julio muchos en Múnich nos levantamos quejosos por la falta de verano y nos acostamos agradecidos de seguir vivos. En el medio, un chico con problemas psicológicos había matado a tiros a nueve personas en un centro comercial y sumergido a la ciudad en la sensación de un atentado terrorista islámico.

Un psicólogo alemán desarrolló a principios del siglo pasado la idea de ilusiones auditivas. Si se estimulan simultáneamente los dos oídos de una persona con tonos distintos, el cerebro construye un tercer tono, inexistente pero que es el que la persona percibe.

Esto es lo que pasa con los sucesos acontecidos el viernes pasado en Múnich. Puede que no fuese un ataque terrorista organizado, pero la población lo vivió como tal y así se ha quedado en la memoria de muchos alemanes, que ya han borrado su nombre de la lista de potenciales víctimas. Ahora forman parte de los damnificados junto con Madrid, Niza, Bruselas, Londres, Nueva York o París.

Esa tarde yo estaba en una piscina pública cubierta, el Müller´sche Volksbad. Donada por un ingeniero a la ciudad en 1901, es una joya del Art Nouveau situada en la vereda del río Isar. Es difícil nadar bajo los altos techos estucados y adornados con figuras de animales y no pensar en la cantidad de horrores que habrán escuchado esas esculturas a lo largo del último siglo, cuando venían aquí a limpiarse de suciedad y sufrimiento los vecinos de Múnich después de una primera y una segunda guerra mundial. Nos llegó la noticia a través del móvil, aún muy confusa, pero todos nos pusimos ya en lo peor porque en Alemania llevaban tiempo preocupados no con el si iban a ser víctimas de un ataque terrorista, sino con el cuándo.

Las campanas de las iglesias, que son muchas en esta ciudad, dieron las ocho y delante de mí procesionaron autobuses y tranvías a oscuras en retirada por la cancelación del transporte público para dificultar la huida del atacante. El metro empezó a vomitar gente desconcertada, los conductores aceptaban pasajeros desconocidos y muchos buscaron casas donde pasar la noche. Los que íbamos a pie intercambiamos caras de consternación con extraños cuando levantábamos la vista del móvil, en el que no paraban de llegar de mensajes: "¿Estáis todos bien?". "Sí, todos bien". La misma solidaridad espontánea, la misma tristeza, las mismas calles abandonadas que desde Nueva York, hace ya quince años, hemos visto en otras ciudades europeas. Y la misma subdivisión pegajosa y resbaladiza entre "ellos" y "nosotros".

En el caso de Múnich parece ser que fue un trastornado, los ha habido siempre, aunque no sé si esto es consuelo para las víctimas y sus familiares, ni siquiera diferencia con otros asesinos. Pero su despreciable acción ha arañado un poco más la delicada biosfera que se necesita para que germinen y prosperen la tolerancia y la solidaridad social que tanto necesitamos en Europa. Los que creemos en esa Europa tenemos hoy más trabajo.

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