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Un eslogan para el periodismo del siglo XXI

Decía el gran escritor español Josep Pla que es "mucho más difícil describir que opinar, infinitamente más, en vista de lo cual, todo el mundo opina". Y eso que Pla no conoció el mundo que vivimos: abuso indiscriminado de la opinión con riesgos evidentes de que la información sea relegada a un papel secundario y, en ocasiones, molesto: informarse obliga a pensar y repensar, cotejar datos, contrastar distintos puntos de vista antes de formar un juicio personal basado en la reflexión sosegada y no en un aquí te pillo, aquí te opino dejándose llevar por las prisas y los prejuicios. Las televisiones y radios: jaulas de grillos en muchos casos donde tertulianos se tiran los trastos a la cabeza sabiendo que cuando más ruido hagan más nueces les reportará la estridencia.

Las redes sociales: un foro gigantesco donde millones de personas en todo el mundo se dedican a plantar un "opino" sobre todo tipo de asuntos guiándose por lo que sentencian otros o tejiendo juicios sumarísimos sin pruebas suficientes, guiados tan solo por la necesidad adictiva de "hacerse oír", aunque el eco de sus palabras sea casi inaudible en la mayoría de los casos. Es un derecho legítimo y puramente democrático expresar las opiniones que solo se viene abajo cuando algún energúmeno confunde el raciocinio con la barbaridad y enfanga los espacios virtuales con calumnias o ataques salvajes (véase el reciente caso del torero muerto sobre el que cayó un sucio manto de insultos).

El diseñador gráfico más famoso del mundo, Milton Glaser, no sólo es un artista legendario, también es un hombre sabio que, a sus 87 años, no tiene pelos en la lengua ni velos en la mirada. Suyo es el eslogan más popular de la historia: I LOVE NUEVA YORK. Si no has visto nunca una camiseta o un pin con el corazón sustituyendo la palabra "LOVE" y Nueva York convertida en dos sucintas iniciales es que no eres de este mundo. En una reciente entrevista concedida a la escritora Anatxu Zabalbeascoa, Glaser, que se ha pasado toda la vida creando frases e imágenes con las que hacer llegar de la manera más honesta posible al público los mensajes de sus clientes, fija una posición irrenunciable como creador (y artista, aunque esto último le incomode): "No me gusta la persuasión, me gusta la información". Escuchemos atentamente su mensaje batallador porque en estos tiempos donde casi todo el mundo opina aunque no tenga información o argumentos en los que sustentar sus palabras, ese canto a la información como forma de dirigirse al público (lectores, espectadores, consumidores?.) es una vía a seguir por quienes creen en el poder regenerador y democrático del mensaje informativo veraz por encima de la opinión voraz.

Decía el añorado cineasta francés François Truffaut ya en los años 70 que las personas tienen dos oficios: el que les da un sueldo (si tienen tal suerte hoy en día) y el de crítico de cine (él mismo lo fue). Hoy ese "pluriempleo" que no cotiza a Hacienda se ha disparado: hay millones de personas que son, de forma desinteresada, críticos de cine, de libros, de fórmula 1, de fútbol, de política, de cocina, de música, de arte, de ingeniería naval y, si se tercia, de terrorismo internacional y economía avanzada. En ese paisaje ensordecedor es inevitable pelear por la información profesional como un bien público que defender, proteger y potenciar, y en esa batalla contra enemigos gigantescos (al poder no le preocupa que la gente opine el tuntún sino que esa gente se informe y luego tome decisiones) cobra una importancia trascendental el papel de los medios de comunicación que no se dejan arrastrar por la marea del "hagamos lo que hacemos los demás" y mantienen su espacio periodístico libre de las malas hierbas de la información apresurada, banal, poco elaborada y mal (d)escrita, y que no se dejan someter al (t)error de confundir lectores con seguidores pegados a un "clic".

Afirma Glaser que le hace muy feliz haber hecho de forma gratuita aquel eslogan nacido en momentos muy duros para su ciudad porque, "como les sucede a veces a los periodistas y a los artistas, he podido ver que mi trabajo tenía sentido, que afectaba a la vida de algunas personas y de mis amigos, y que está hecho por el bien general. Sienta muy bien poder expresar una idea poderosa con medios muy simples". Ahí le duele: pidiendo prestada a Glaser su reflexión, podríamos concluir que el periodismo no puede ni debe perder su condición de servicio público que mete las narices tras las líneas enemigas de quienes intentan esconder sus malas artes de la vista pública, debe resistirse a los cantos de sirena que distorsionan a menudo las ventajas de las nuevas tecnologías y debe reafirmar su pacto no escrito pero inmarchitable con la sociedad para que, en la espesura de las opiniones (sinceras o interesadas, de todo ahí) se abra paso la información independiente, contrastada, veraz y rotunda, y cuyos profesionales, cuando opinen, lo hagan con datos y no con ocurrencias. Con hechos reales y contrastados, no con elucubraciones y rumores sin fundamento. Y que el lector saque sus propias conclusiones.

"No quiero que me persuadas, quiero que me informes", podría decir el gran Glaser". Demasiado largo para una camiseta. Ajustémoslo: "Amo la verdad".

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