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Populismos que palman

Hay quien reputa de populista, sector Perón, al actual Papa con sede en el Vaticano; pero tampoco hay por qué exagerar. Populista era el hasta hace poco pontífice de la Iglesia del Palmar de Troya, Gregorio XVIII, que acaba de fugarse con su novia dejando compuestos y sin prédica a sus feligreses.

El penúltimo Papa de la serie palmariana no ha hecho sino revolucionar las liturgias, siguiendo el camino marcado en su día por el Papa Clemente. Si el pontífice ahora en fuga ha puesto fin a la norma sobre el celibato papal, su predecesor Gregorio XVII (que tal era el nombre oficial de Clemente) había roto tabúes parecidos en lo tocante al consumo de vino y otras bebidas espirituosas.

Clemente murió hace una década en la Basílica de El Palmar, pero sus obras lo trascienden. Los medios de comunicación, a menudo tan oficialistas, no dieron la debida importancia en sus necrológicas a aquel prelado rompedor que anunciaba la inminente llegada del Anticristo. La fácil razón es que se trataba de un Papa apócrifo (falso), por muchos y ardientes que fuesen sus devotos en los tiempos de esplendor de la secta.

Bien es verdad que Clemente Domínguez ejerció su alto ministerio de manera no muy ortodoxa. Solo sus feligreses y algunos de la Iglesia oficial entendieron que, por ejemplo, elevase a los altares a figuras tan diversas como San Don Pelayo, San Cristóbal Colón, San Francisco Franco o San José Antonio Primo de Rivera. Pero tampoco es tan raro. Si Clemente tiraba más bien hacia la derecha, otros pontífices con todas las de la ley lo hacen a la izquierda; y tampoco pasa nada.

Cuentan algunas lenguas mordaces de Sevilla, capital de la provincia donde tiene su sede la Iglesia Palmariana de la Santa Faz, que Clemente y sus obispos confundían a menudo el fino vino andaluz con la sangre de Cristo.

Por muchas risas que provocase entre el público, lo cierto es que el Papa Clemente y su colegio cardenalicio se las arreglaron para edificar no solo una Iglesia con su basílica de ocho torres y su sede apostólica adjunta; sino también un importante patrimonio inmobiliario, gracias a los donativos aportados por los fieles.

Los devotos habían ido menguando en los últimos años; pero a pesar de eso la Iglesia Palmariana seguía manteniendo un nada desdeñable número de fieles repartidos por varios países del mundo. Una prueba evidente de que la fe traspasa fronteras y obra el milagro de mover montañas (de dinero).

La tocata y fuga del penúltimo Papa con su novia podría darle ahora la puntilla a esta simpática congregación de místicos aficionados al vino de misa y a excomulgar gobiernos democráticos al completo. Pero aun si tal ocurriese, sería injusto reprocharles su populismo y mucho menos sus revolucionarias innovaciones en materia de celibato o de elevación de santos tan atípicos como Colón a los altares. Quizá hayan sido, sin más, unos incomprendidos que se adelantaron a su tiempo litúrgico. Quién sabe.

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