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Profesor de Matemática Aplicada

Hombres sin mujeres

Un homenaje a las féminas

Quien crea, con acuerdo a fuentes bíblicas, que Dios creó a la mujer a partir de una costilla de un hombre es que no conoce para nada a las mujeres. Este artículo solo pretende ser un homenaje a estas diosas que tanto condicionan y contribuyen a las vidas de los hombres. Aquel que odie a las mujeres, odia al mundo en todos sus sentidos, y no puede amar el resto.

Últimamente leí un libro que me encantó que se titula como el artículo de hoy, escrito por Haruki Murakami, uno de los autores japoneses que ha transcendido allende sus fronteras convirtiéndose en un escritor de éxito. La sociedad japonesa tiene, como la española, la fama de ser muy machista; una sociedad en la que los hombres cortan el bacalao y la mujer, calladita y modosita, queda relegada casi a su papel de geisha. Obviamente, este retrato de la sociedad japonesa es muy general y no se corresponde con todos los matices que alberga este interesante país.

Recuerdo cuando estudiaba en Francia y un compañero del Instituto francés de petróleo empezó a salir con una chica japonesa. Los japoneses adoran París y también Barcelona. Eso hizo que en la zona de la Ópera creciesen toda una serie de restaurantes japoneses de alta gama que intentaban dar a conocer la por entonces desconocida comida japonesa (estoy hablando de los años 90 del siglo pasado) en Europa. Me acuerdo de que fuimos un grupo de personas, todos estudiantes, y que la novia de Stephan, que era el nombre de mi amigo, llevó también a unas amigas. Me acuerdo de que una de ellas, cuando supo que yo era español, me dijo sonriendo que los españoles y los japoneses se parecían porque ambos éramos muy machistas. Yo, que había sido criado por mi abuela y por mi madre, y que las había adorado, también sonreí y le respondí tímidamente (porque yo en el fondo soy muy tímido): "Peut-être". Respondí "puede ser" porque yo no conocía la sociedad japonesa. Sólo había hecho kárate durante unos cuantos años y sabía las frases típicas de respeto y agradecimiento al maestro: "doumo arigatou gozaimashita", pero pasado de ahí no sabía si las japonesas eran o no sumisas, y si los japoneses eran o no unos calzonazos.

No obstante quedé impresionado de la educación de aquellas chicas, dado que cuando empezó a llegar comida, empezaron a servirnos en los platos, porque éramos sus invitados y ellas nuestros anfitriones. Todo estaba exquisito y empezamos a engullir, y ellas a servirnos, y cuando ya llevábamos casi 10 minutos comiendo me di cuenta de que ninguna de las chicas comía y que, cuando las mirábamos, sonreían. Stephan había olvidado decirnos que nosotros teníamos también que servirles y estaba observando la escena desternillándose. Ese día aprendí lo importante que es conocer y respetar las tradiciones de la gente con la que trabajas. También me ocurrió lo mismo con mi compañero indonesio Sugimin. Estábamos trabajando en el Dorset, en el sur de Inglaterra, en un acantilado de la formación Kimmeridge Clay, que es la roca madre del petróleo del mar del Norte. Sugimin tenía que vigilar y avisar si empezaban a caer rocas porque podía ser muy peligroso. Nos dimos cuenta cuando empezaron a caer rocas de que no era el vigía adecuado, porque en la isla de Java, según él, hablar muy alto o gritar es de muy mala educación. Para Sugimin, los españoles seríamos unos salvajes. Yo, de hecho, lo vi excitado cantando el "Selamat Datang Pahlawan Muda", que entendí era como un himno militar de exaltación.

Volviendo a los hombres y las mujeres: Mukarami da la vuelta a la tortilla y dibuja una sociedad japonesa donde los hombres están solos, por decisión propia o por inseguridad, donde las mujeres son diosas, seres misteriosos que irrumpen en la vida de los hombres dejando una huella imborrable. Una sociedad de hombres seguros, e inseguros a la vez, que saben tratar a las mujeres como se debe, no como esclavas, ni como mujeres-objeto, ni tampoco como seres inferiores, porque no lo son, sino todo lo contrario. Se puede decir que las sociedades cambian según cambia el trato a la mujer, y que las sociedades más avanzadas son aquellas en las que las mujeres mandan, y estoy seguro que el futuro será de aquellos hombres que comprendan a las mujeres, porque ellas y sólo ellas tienen la llave de la creación, y eso las hace seres diferentes.

En este mundo globalizado en el que se entremezclan razas, culturas y religiones, la sociedad occidental y las sociedades más avanzadas deberían poner por delante y como signo distintivo el trato exquisito a las mujeres, entendiendo el hecho diferenciador y educando a los hombres para que comprendan esta diferencia. Europa debería protegerse de hechos como los ocurridos en Francia, donde en comunas como Mantes la Jolie se ha exigido que existan horarios exclusivos de piscina para las mujeres. Según algunos de los peticionarios, "el pudor no tiene religión y es un derecho legítimo que no se debería discutir". Creo que Europa daría un paso atrás si se permitiesen este tipo de actitudes que no forman parte de nuestra manera de ser, ni de nuestras creencias.

El desarrollo histórico de las sociedades no es una casualidad y tiene que ver mucho con la religión. No es difícil llegar a la conclusión de que allí donde la mayoría es protestante o judío cristiana las cosas funcionan, en países católicos las cosas van a trancas y barrancas, en los países ortodoxos las cosas empiezan a complicarse de manera diabólica. El resto ya lo conocen. En definitiva, cuando se mezcla lo civil con lo religioso se forma un galimatías impresionante. A esto hay que añadir la historia de las colonizaciones, sobre todo por parte del imperio británico, la francofonía y el mundo hispano-luso, pero abordar este tema llevaría varios artículos, y no estoy seguro que estuviese a la altura. En definitiva, que la República Democrática del Congo nunca debería haber sido el Congo Belga.

Lean "El sueño del celta" de Vargas Llosa y comprenderán por qué Leopoldo II de Bélgica debería haber sido juzgado por crímenes contra la humanidad. Termino poniendo otro ejemplo que me llama la atención de este cruce de culturas: el reguetón. Cuando uno oye las letras típicas de este género de música, dejan mucho que desear. Obviamente no se trata de censurar, simplemente habría que dejar claro que cierto tipo de comportamientos no pertenecen ni a nuestra cultura, ni a nuestros valores. No se trata de tirar por la borda todo aquello que ha costado generaciones conquistar. Aquellas sociedades que discriminan a las mujeres no deberían ser tratadas como socias. El imperio del sol naciente quizás esté más próximo a nosotros de lo que creemos, y el Oriente se junta al Occidente cuando la religión lo permite. En cualquier caso tengo claro que el motor del cambio tiene sexo femenino. Mi gran amiga Joëlle Riss, profesora emérita de la Universidad de Burdeos, también lo cree. Por esa razón apuesta por las mujeres magrebíes: mujeres sin hombres. Pero ese un tema que dejaremos para otro día.

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