Da que pensar el aluvión de irregularidades y corrupciones que, literalmente a diestro y siniestro del espectro político, se expande por España y cada poco nos sorprende con una nueva sospecha de irregularidad en el manejo de los asuntos públicos. De los que, por cierto, muchos titulares de prensa suelen apear el cautelar respeto a la previa y justa presunción de inocencia.
Un ejemplo sangrante y aún reciente sería la reiterada "pena de telediario" a la que se vio sometido Rodrigo Rato, a quien hemos visto hacer con frecuencia el infamante paseíllo ante cámaras y micrófonos que por sorpresa "estaban allí". Rato fue casi todo en un Gobierno que estuvo cerca de presidir, protagonizó la introducción del euro y tuvo cargos de relieve internacional. La carne es flaca y no voto a su favor, pero hubiera merecido otro trato.
El tratamiento del aluvión de irregularidades que nos aflige es, por otra parte, selectivo. En el caso Villa, sus íntimos y colaboradores han batido todas las marcas de velocidad de despegue desde antes de llegar la noticia a la prensa. Un caso clamoroso que parecería estar en una relativa hibernación si nos permitiéramos pensar mal. La información suele ser más complaciente con la izquierda que con la derecha.
Curiosamente, algo tan llamativo casi no tuvo hasta ahora repercusión nacional. Como tampoco lo tuvo el juicio en curso contra Riopedre, Renedo y Otero. Sin olvidar la ralentización y opacidad del tratamiento sobre el supuesto despojo, parece que de proporciones oceánicas, protagonizado por cargos oficiales y sindicales de Andalucía.
Algo ha fallado aquí, eso es bien cierto, empezando por la moral. Pero a lo que el comentarista quiere llegar es a esa actitud inmisericorde y selectiva con el presunto contra el que estamos dispuestos a tirar la primera piedra. Pero también hay que preguntarse dónde estaban todos estos años los organismos de control, las fiscalías, intervenciones, inspecciones y tribunales de cuentas.
