Pedro Sánchez, a este paso, va a acabar con la paciencia de todos. De los que considera adversarios políticos y de los que siente como compañeros de partido. Terminará además por aburrir al conjunto de los españoles que ven hastiados cómo el desenlace puede ser unas nuevas elecciones que Sánchez está decidido a disputar para perder por tercera vez aún empeorando sus propios resultados, de por sí los peores en la historia del PSOE. Parece no importarle; su obsesión sigue siendo la Moncloa pero le han quitado la escalera y permanece colgado de la brocha. Su discurso nadie lo entiende. No tiene al alcance de la mano la posibilidad de un acuerdo para poder gobernar, se niega a que otros lo hagan y mantiene que no va a haber nuevas elecciones. Se está engañando a sí mismo y haciendo, a la vez, el ridículo, porque si las primeras opciones se cierran la tercera resulta impepinable. Saber a qué juega el candidato socialista se está convirtiendo en un arcano para todos, incluso me atrevería a apostar que para él mismo.

En las actuales circunstancias no sirve con poner cara de jarrón chino: hay que avanzar en alguna dirección, algo que Pedro Sánchez no parece estar dispuesto a hacer. Navega con la brújula averiada y ni siquiera sabemos si lo que realmente quiere es que C's acabe aceptando votar favorablemente en la investidura de Rajoy para que los socialistas puedan abstenerse, o todo lo contrario. Si es así, elecciones.

Alguien tiene que presidir un gobierno. Un problema para Sánchez está en no aceptar que Rajoy, pese a que los españoles supuestamente no le quieren y es un corrupto, ha conseguido dos millones y medio más de votos que él.

Otra lumbrera, Zapatero, ha pedido un debate interno para buscar una solución. Atención al intermediador.