La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La inmortalidad del ateo

Sócrates tuvo que beber la cicuta, Platón fue vendido como esclavo y Aristóteles salió por pies porque Alejandro, su discípulo, quería matarlo. Los padres fundadores y después todos sus verdaderos seguidores han sido endémicamente proscritos porque la filosofía o es crítica o es un camelo y la crítica resulta sencillamente insoportable para los poderosos.

Paralelamente, la gente que por capital tiene un cerebro -no sólo una víscera bilobulada- y también los que, sin estar muy instruidos, disponen de un corazón que sabe enlazar con los héroes del pensamiento siempre han adorado a quienes con argumentos sólidos y valentía temeraria arremeten contra las mentiras, los prejuicios, las idioteces, las ignorancias, los abusos y las rapiñas de toda naturaleza y especie.

Estoy hablando, claro, de nuestro Gustavo Bueno que, como insinuaba ayer el periodista Fernando Sánchez Dragó, de tan ateo ha sido castigado a la inmortalidad, ya que como Sócrates, Platón o Aristóteles sus libros serán leídos por los siglos de los siglos, amén, y ya se sabe que Unamuno cifró la eternidad personal en esos parámetros.

Bueno llegó a Oviedo atraído por la energía de su cinturón industrial, la sabiduría del benedictino Feijoo y la belleza inigualable de Llanes.

Medio siglo después, los mejores jugadores de golf de Asturias son los liberados de larga duración del sindicatu; el Padre Maestro sigue secuestrado por galenos y narradores y la arcadia llanisca ha quedado reducida al cueto de Niembro, donde tenía su casa y en la que ha muerto apenas dos días después de fallecer Carmen, su esposa. Ah, y la Universidad ha perdido a la mitad de los alumnos en sólo veinticinco años.

Las academias nacionales ignoraron a Bueno, lo mismo que la Fundación Princesa de Asturias, mientras por sistema galardonaba a impostores como Lledó o el RIDEA, de búnker de Franco a casamata del PSOE, que cuenta entre sus filas ¡con Vigil! Por no tener, Bueno carece de calle en Oviedo, donde no hay pelotas, manta o tuercebotas que no disponga de una cartela con su nombre en cualquier esquina.

Para qué seguir, son señales inequívocas del triunfo rotundo de su filosofía frente a las instituciones pancistas o corrompidas; los mandarinatos, siempre entre la farsa y la vergüenza, y los seudofilósofos palmeros y agradaores que trepan por los andamios fantásticamente bien remunerados del Estado y sus mil formas alotrópicas. Roma siempre paga espléndidamente a los traidores.

Indicaba, también ayer, el filósofo Pedro Insua que hay una docena de sistemas máximos de pensamiento: platonismo, aristotelismo, tomismo, cartesianismo, empirismo, kantismo, idealismo, vitalismo, marxismo, positivismo, fenomenología y neopositivismo. Y añadía, entre esas cumbres elevadísimas, el materialismo filosófico de Bueno. Ésa es la inmensa escala de un maestro que nos deja huérfanos sin remedio y la verdadera medida de la inmortalidad de un ateo tan glorioso.

Compartir el artículo

stats