Llegados al ecuador de agosto, cuando el verano y las vacaciones entran en la recta de tribuna, con las playas a tope, festejos multitudinarios en toda España, un récord de turistas extranjeros y, para colmo de tranquilidad, con los políticos de vacaciones, sin grandes amenazas a la vista (?), habrá que concluir que, al menos de momento, vivimos en el mejor de los mundos posibles.

No lo digo en broma ni en sentido figurado porque, dejando aparte el estancamiento de la formación de Gobierno, que esperemos quede resuelto de una vez, uno está persuadido de que, tanto los españoles como los europeos en general, no apreciamos el verdadero valor de lo que tenemos. Problemas siempre los hay en todas las sociedades.

Hagamos un ejercicio de desarme de prejuicios, al menos en grado de tentativa, para establecer un desapasionado cotejo con la situación política, económica, cultural y de nivel de vida en los cinco continentes. Creo firmemente que los europeos llegaríamos a la satisfactoria conclusión de que aún encabezamos el ranking del llamado "welfare state" .

Sopesando los pros y los contras, ni América del Norte, ni Corea del Sur, ni Japón, ni Australia, ni los más ricos entre los países árabes del petróleo alcanzarían el nivel de vida, las libertades y el bienestar social que tenemos en Europa. Singularmente en España, donde la situación tan grave no ha conseguido urgir a los "primates" políticos en resolver el problema y dejarse de pretextos ralentizantes del proceso para combinarlo con sus vacaciones.

A lo que quiero llegar es a la conclusión de que los europeos no valoramos lo que tenemos y podemos entrar en una etapa similar a la decadencia del Imperio Romano. Por dejadez, por tiquismiquis ideológicos, por taifas sin ningún respaldo histórico. Y, como se dice en Asturias, por refalfie. Es preciso y urgente reaccionar.