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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Yo, políticu

Distintas situaciones a las que se enfrenta quien se ha dedicado a la vida pública

(Disculpen, ante todo, por hablar aquí de mi persona. Tómenlo como una licencia agosteña. De todas formas, alguna enseñanza se desprende, espero, de ello, y tal vez se les escape una sonrisa.)

Proximidad de mi casa. Algunas mujeres del vecindario, conocidas algunas, hablan entre sí. Entiendo, según me acerco, que algo anda mal en una calle próxima, tal vez un contenedor mal colocado o un semáforo que hace falta. Al alcanzarlas, una se dirige a mí: "Usted, que es político, ¿no puede hacer nada para arreglarlo?". Ignora la dama que, desde hace mucho tiempo, soy político en potencia y no en acto; un político "in partibus", es decir, sin mando y capacidad ninguna. Probablemente, como muchos otros, piensa que un político es una especie de funcionario que, una vez obtenida la plaza, lo es para siempre; y, seguramente también, cree que cobro por ello un buen sueldo o gozo de una excelente jubilación: de ahí mi obligación, como, acaso, la de esos cientos de miles de políticos que, dicen las redes sociales, gozan en España de tal condición.

Es seguro que la dama en cuestión vota, como tantos otros de los que así piensan. Y estoy por jurar que, cuando lo hace, lo hace siempre de forma idéntica, sin que crea luego que las desventuras o malaventuras de su barrio o país tengan que ver con sus decisiones. Lo dijo don Winston (el salvador de Europa, no el del tabaco): "El mejor argumento contra la democracia es una discusión de cinco minutos con el votante medio". ¡Churchill, que estimaba la democracia como el menos malo de los sistemas de gobierno posibles!

Un café-bar. Entro y observo que un varón que revisa unos papeles me mira fijamente. Me parece vagamente conocido y lo saludo. Al cabo de unos minutos se levanta, va hasta mi sitio y me pregunta que de qué lo conozco. Le respondo la verdad, que no sé de qué pero que me parecía cara conocida. Me aclara que le extraña porque solo nos habíamos visto una vez hacía diez años, durante no más de quince minutos. Y me aclara: "Es que como los políticos saludan siempre a todo el mundo".

No se lo digo, mas me recuerda una frase que me han dicho alguna vez los amigos, al verme, al igual que siempre, comportarme en sociedad de una forma cortés, servicial y amable, "¡Cómo se nota que yes políticu!". Como si ello fuera una exclusiva hipócrita de los políticos, y no una regla elemental de educación. Pero mi interlocutor del café-bar ha dado con un punto interesante: la gestión de la mirada en los personajes públicos. Es algo que he tardado mucho en aprender, y aún hoy no lo manejo enteramente bien.

Hay por las calles, al margen de los conocidos-conocidos, mucha gente que te mira. Unos lo hacen por cualquier razón inespecífica; algunos porque les suena tu cara, aunque no saben muy bien de qué; otros porque, efectivamente, algún día te han sido presentados o habéis coincidido y esperan que los saludes, pero no son ellos quienes inician la salutación. Parto de la base de que estos últimos merecen tu atención, no prestársela equivaldría a quedar como descortés o fatuo, y pueden sentirse objeto de un desprecio. Por eso prefiero equivocarme a veces y saludar a alguno que me mira con atención y que puede que, tras mi gesto, se pregunte quién era aquel babayu que lo saludó o que quién se cree que es quien lo ha saludado. De modo que, créanme, es una difícil gestión la de la mirada y exige una alerta permanente.

Un grupo final es el de quienes te abordan para hablarte. Aquí tampoco es fácil la gestión, porque los hay de todos los tipos: cuáles te preguntan tu opinión sobre la situación política y, como sabes que no quieren una distinta a la suya, hay que contestar a la gallega, "pues, por un lado, ya ves, y por otro, ¿qué quieres que te diga?"; cuáles no pretenden interrogarte, sino darte su visión o sus soluciones, esperando, por supuesto, que tú coincidas con ello; algunos, bastantes, hacen una parada gratificante: te alaban los artículos de LA NUEVA ESPAÑA o recuerdan con agrado tus intervenciones en tertulias radiofónicas. Tengo incluso un grupo especial, el de los marginales, algunos de los cuales saben misteriosamente de mi vida y milagros y me llaman por el nombre (un encuentro con uno de ellos ha estimulado un momento de mi última novela, "Bajo el Viaducto"). Estos requieren poco, unas palabras y un óbolo.

Los más dificultosos son aquellos a los que tu realidad del momento no afecta. Da igual que estés con amigos y familiares en un bar o que camines con ellos por la calle. Aunque estos se tengan que separar y esperar a unos metros, para quien te abordó, y contra Ortega, no existe la circunstancia, sólo el yo, es decir, no tienen prisa y les importa un pepino que estés con otras personas.

Ya ven, y eso un ciudadano que, como yo, es apenas visible en el momento presente. ¿Qué no pasarán otros que estén más en el candelero? Más por ellos que por mí, los invito a tararear con un punto de conmiseración, acaso irónico, aquello de "La Gran Vía": "¡Pobre chica la que tiene que servir!".

PS. En mi caso, lo de la "u" del final del título no es un adorno, es consustancial a mi ("in partibus" o en potencia) yo político.

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