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Clave de sol

No se puede pasar página

Muchos fueron los problemas de abastecimiento en la capital asturiana durante el cerco de la guerra civil. Uno de ellos, la angustiosa escasez de agua que estaba racionada y era distribuida por camiones cuba en sectores establecidos por la autoridad. Agua que sería hervida antes de consumir. En día de reparto, un adolescente de la carnicería del Cristo de las Cadenas custodiaba su cubo en la cola entre la centralita del Fresno y las Casas del Gas.

Suenan a lo lejos los casi inevitables disparos de "pacos" emboscados que los defensores aún no han podido localizar. Pedrín, así llamado, recoge su cubo de agua e inicia el regreso. De pronto, da un grito, cae el suelo y su sangre se mezcla con el agua vertida del caldero volcado. Lo había matado "una bala perdida", un proyectil errante que parece buscaba el pecho de un muchacho inocente al que parar el corazón. No fue el único caso.

Historias tan terribles como ésta y aún peores se repiten en Siria casi ochenta años después sin que el mundo parezca conmoverse. Pero cómo no hacerlo ante la imagen de ese niño chamuscado, con sólo cinco años de edad, salvado de la muerte bajo los escombros de su casa en Alepo. El pequeño Omrán, como en estado catatónico, no llora, no se queja, no parece esperar nada de su vida de estreno.

Ya no hay medicinas en Alepo, ciudad de tanta historia cristiana y musulmana. Sin agua ni alimentos. Las víctimas mayores, más sufrientes, más inocentes son los niños. Cómo no conmoverse ante esta imagen tan acusatoria, tan injusta y a la vez tan tierna de este niño que sufre sin saber por qué y aún ha de celebrar la suerte de seguir en este mundo.

Suerte la que no tuvo aquel pequeño Aylán, cuyo breve cadáver el mar llevó a una playa de Europa y su imagen es ya el emblema de una tragedia colectiva. El mundo occidental no puede pasar página.

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