Por primera vez desde el inicio de la crisis empiezan a soplar aquí vientos favorables. Los negocios que nacen ya superan a los que cierran. Este impulso tiene su base en el comercio y la hostelería, sectores vinculados al auge de los visitantes. La región vive una temporada turística esplendorosa. La industria ha logrado capear el temporal y, con la siderurgia a la cabeza, sentar las bases para modernizar sus producciones. No es oro todo lo que reluce. Asturias figura a la cola del despegue de España. El paro sigue siendo insoportable. Aunque los indicadores viren hacia zonas confortables, la brecha con las comunidades prósperas se agranda. Otros corren más, el Principado continúa en la cola. Hay que aprovechar la ola positiva para relanzar rápido la economía asturiana.

Después de un verano histórico, con un lleno favorecido por el deterioro de la estabilidad en otros destinos, el motor económico asturiano precisa empezar a carburar a toda velocidad. En el primer semestre del año nacieron 893 compañías y echaron definitivamente la persiana 275. Este fuerte crecimiento vegetativo ayuda a encarar el futuro con algo más de optimismo. Aunque conviene ser cautos. Cuando el tejido empresarial ha alcanzado el hueso, la remontada empieza por inercia. Sea lo que sea, hay que aplicarse para que los buenos datos no queden en un mero espejismo.

Probablemente Asturias cuenta con la economía radiografiada con mayor profundidad del país. Los análisis sobre sus fortalezas y debilidades completan una amplísima biblioteca, desde el informe Klaassen de 1968, la época dorada de la Diputación, a las recetas del último comité de expertos convocado en 2015 por la autonomía. En el medio quedan los periódicos y valiosos estudios de Sadei, o diagnósticos tan ampulosos como las Estrategias para la Reindustrialización de Asturias de Manuel Castells. Con todo, lo peor es encargar sucesivos dictámenes idénticos para desoír sus recomendaciones. La región debe pasar de una vez de la teoría y a la acción. No colabora para emprender ese salto un Ejecutivo carente de empuje.

La sociedad tiene que ponerse en marcha. Los ciudadanos no pueden quedarse quietos, esperando a que otros les resuelvan sus problemas. A los gobiernos les toca, en primer lugar, dejar de estorbar. Un asunto no menor teniendo presente el ánimo regulador e intervencionista del que hacen tanta gala los dirigentes asturianos. Se deciden a combatir los pisos turísticos clandestinos y acaban regulando hasta el tamaño de las camas y del salón de las viviendas de alquiler. En una lógica de libre mercado no corresponde a la Administración dirigir la economía. Sí gestionar con acierto, garantizar que los servicios funcionen y propiciar las circunstancias para que los ciudadanos lleven a buen puerto sus ideas e iniciativas con facilidad y en igualdad de condiciones. El excepcional caso de Taramundi, un hotel rural de promoción pública que dio origen a un sector entero, tuvo el don de la oportunidad: nació a la par que la eclosión del fenómeno de la España verde.

El potencial de Asturias como marca aún no tocó techo. Los productos asturianos se venden solos por el hecho de ser asturianos, una enorme ventaja. Nadie duda del carácter estratégico de las empresas agroalimentarias. Por su asentamiento, alejadas del cogollo metropolitano, afincadas en el mundo rural, constituyen además un pilar básico para inyectar vitaminas al flanco débil de la región: los concejos despoblados y envejecidos. Los casos de jóvenes que retornan al pueblo para montar una quesería, envasar delicias o recuperar cultivos ya despuntan. Conviene multiplicarlos, intensificando el estímulo y los apoyos.

Aquí se dan también las condiciones objetivas para contar con una industria transformadora potente. La clave del éxito de los astilleros, un ámbito complicado donde los haya -imposible hacer sombra en costes y salarios al sudeste asiático-, residió en adaptarse a los tiempos, innovar e internacionalizarse. De unas gradas obsoletas, acogotadas por feroces competidores, renacieron contra viento y marea otras modernas, muy tecnológicas, que conquistan la confianza de clientes exigentes por la elevada calidad de sus construcciones navales. Un ejemplo extensible. Sin obviar las dificultades, nuestra columna vertebral, el metal, sale fortalecida de la crisis. La obra recién iniciada para renovar las plantas siderúrgicas de Gijón y Avilés supone una declaración de perdurabilidad. Cuando las compañías del acero, con exceso de capacidad, repliegan posiciones en otros sitios, en el Principado dotan sus factorías para fabricar productos de alto valor añadido para el AVE, el automóvil o las torres eólicas marítimas.

Necesitamos favorecer el aumento de la musculatura del ecosistema empresarial. El tamaño minúsculo de las firmas representa un severo inconveniente para moverse en la globalidad. Ya no importan únicamente las alianzas intrasectoriales, sino también las territoriales: el Noroeste, relegado por la pujanza de Madrid y el Levante, y periférico en Europa, no asomará la cabeza hasta que sus comunidades, con padecimientos comunes y realidades similares, tomen conciencia de que juntas nadarán mucho más lejos.

La economía no va de vacaciones. Ni permanece en funciones, como el Gobierno central. Urge que la asturiana, menos abierta y muy dependiente de la demanda interna a pesar del avance de las exportaciones, pegue un estirón. En el camino acechan todavía peligros: el petróleo repunta, los tipos de interés volverán a subir más temprano que tarde, el "Brexit" trae amenazas imprevisibles. Crecer y crear empleo son exigencias ineludibles. Para sostener las cuentas y encarrilar el déficit. Para pagar el Estado del bienestar. Para evitar que Asturias quede definitivamente descolgada de la España que progresa. Los poderes públicos tienen mucho que trabajar en pos de este objetivo. Pero también los asturianos, tomando la iniciativa y haciendo aflorar lo mejor del capital social emprendedor de la región.