La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bisnieto de Melquíades Álvarez

El niño humilde que llegó a presidente del Congreso

El bisnieto de Melquíades Álvarez evoca la figura del político reformista gijonés

Era D. Melquíades Álvarez, hombre de mediana estatura y, si se quiere, menos que mediana, de maneras correctísimas. Profundamente moreno de rostro, nervioso de impresión, pero la característica personal se hallaba en sus ojos, oscuros, lucientes, de mirada tan viva y penetrante que a nadie le era posible mantenerla más de un segundo de tiempo, pues lanzaba verdaderos destellos que confundían y anonadaban al interlocutor. No se apercibía él de la confusión en que caían algunas personas y suponía que tales estados de ánimo se debían a torpeza personal de aquel con quien conversaba.

La enorme fuerza que traslucía su mirada ya desde niño dio lugar a una anécdota de su infancia que me fue relatada por una nieta de Leopoldo Palacios Morini, correligionario político de D. Melquíades. Contaba que en el Rompeolas de Gijón solían apostarse algunos niños que se tiraban desde lo alto del espigón a las olas animados por los turistas, que tiraban monedas para que se lanzaran al mar a recogerlas y salieran con ellas en la boca. En medio de ellos había un niño especialmente delgado y de ojos inteligentes que llamó la atención de una persona que estaba allí contemplando el espectáculo de aquellos niños necesitados, y decidió protegerlo, subvencionándole los estudios...

Viendo el humilde nacimiento de D. Melquíades, que como un personaje dickensiano había vivido una infancia rayana en la indigencia en aquella Asturias de la segunda mitad del siglo XIX en la que el caciquismo imperante tenía sumido al pueblo en una pobreza desoladora, destacan aún más el coraje y la grandeza de este hombre que llegaría hasta la Presidencia del Congreso de los Diputados.

Dicha imagen debiósele quedar grabada toda su vida, porque una de las manías más curiosas de D. Melquíades era la costumbre que tenía en su casa, a la medianoche, cuando sonaban las doce campanadas, de salir de sus habitaciones y dejar caer por el hueco de la escalera cuanta calderilla había logrado reunir durante la jornada. En una entrevista confesaría: "He tenido que luchar mucho. A los 14 años me quedé huérfano de padre, y era yo quien sostenía el hogar. Di lecciones a precios misérrimos; colaboré en periódicos de allá y era corresponsal de algunos de Madrid".

Una constante en sus discursos fue la defensa a ultranza de las libertades que debe conquistar todo pueblo democrático: la libertad de pensamiento, de enseñanza, de conciencia... Sus correligionarios le llamaban "el apóstol de la libertad", tal era su incansable lucha por preservar y garantizar los derechos de los ciudadanos. Muchas de las grandes conquistas de estos derechos, que hoy tenemos por fortuna reconocidos en nuestra Constitución, se forjaron aquellos años. Diría D. Melquíades en sede parlamentaria: "Yo he creído siempre que la libertad era de las pocas esencias divinas que existen en el mundo, que no puede quebrantarse, ni mutilarse, ni modificarse. Sin la libertad no pueden vivir los hombres; sin la libertad los estados perecen". Así, "el gobierno del pueblo, inspirado en los ideales de justicia y libertad, constituía para él la encarnación suprema y legítima de la democracia misma".

En estos discursos queda también constancia de la lucha titánica que mantuvo este David contra un poderoso Goliat, o sistema monolítico. Melquíades Álvarez trató de abrir una tercera vía a través del Partido Reformista por él liderado y conseguir alcanzar una nueva armonía social que tratara de aunar un compromiso entre contrarios, una fórmula equitativa de neutralizar la lucha de clases, una cesión mutua en aras de un porvenir mejor. En varias ocasiones le fue ofrecido una cartera ministerial, que rehusó. "¿Por qué? Porque creía que no era mi tiempo, que yo no iba entonces al Gobierno a cumplir con mi deber, sino a vestir la casaca ministerial sin prestar ningún servicio al país y que pasaría por el banco azul, como han pasado tantos otros, envolviéndome inmediatamente, si no el menosprecio, por lo menos el fracaso".

¿Fracasó en su intento de abrir esa tercera vía de armonía social? Sin duda. Ahora bien, su sacrificio y su simiente han fertilizado y las ideas que él propagó y por las que luchó infatigablemente hasta el trágico fin de sus días han tomado cuerpo. Son las que han recogido los hombres de hoy.

Compartir el artículo

stats