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Saló, sin la obscena sombra del Duce

El 27 de septiembre de 1943, Mussolini, por orden de Hitler, instala la recién creada República Socialista Italiana en Saló, en el lago de Garda, fundamentalmente por la seguridad estratégica y por los innumerables palacios y grandes mansiones que había en la zona, para albergar el gobierno fascista y los poderes nazis, posteriormente seria conocida simplemente como República de Saló. Por entonces, los aliados ya ocupaban la mitad de Italia. Mussolini vivió en los alrededores de Saló, permanentemente custodiado por las SS. El 25 de abril de 1945, se declara el cese de la lucha en Italia y Mussolini y su familia deciden huir, dirigiéndose al Norte, abandonando definitivamente Saló. El 27 de abril, los partisanos comunistas detienen al Duce. Desde Milán, Sandro Pertini, que sería más tarde presidente de la República Italiana, confirma la noticia y la decisión del Comité de Liberacion Nacional de que debía ser ejecutado como un "perro rabioso". Fusilado el 28 de abril, sus restos serán colgados en Milán, boca abajo, como último acto de desprecio y humillación.

Treinta años después, Pasolini, escritor, poeta, intelectual, católico y comunista filma su última y más descarnada película, llena de símbolos y metáforas, como él dice, fuertemente criticada por sus escenas eróticas y sádicas, "Saló o los 120 días de Sodoma". Pocos días después, aparecería asesinado en Ostia y, también, totalmente desfigurado. Nunca se conocieron exactamente los detalles de los hechos acaecidos, pero, entre otras cosas, se sabe que de la película faltaron algunos rollos con los que parece se chantajeó a Pasolini. De igual manera, su última novela, "Petróleo", quedaba inacabada abortando las importantes y escandalosas revelaciones que se esperaban. Pasolini vivió en su juventud en Saló y quedó marcado por las atrocidades de la guerra, ademas de por cuestiones familiares. Producto del devenir de su pensamiento en torno al poder, al sexo, al fascismo y a la guerra, filma con entusiasmo metafórico y trágico la película, entroncándola con el propio libro homónimo del marqués de Sade. Vi el film en Francia recién estrenado allí y me dejó impactado, aterrorizado y por qué no, escandalizado y desubicado intelectual y sensiblemente.

Cuarenta y un años después del film y setenta y uno después de la muerte del Duce, vine a conocer Saló, llena de sol y encanto, con unos alrededores viscontinianos que harían palidecer los mejores enclaves principescos de cualquier exuberante imaginación. Paseé por Saló mirando y admirando cada esquina y el paisaje desde tierra y desde mar. No dejó de sorprenderme, por la iconoclastia propia hispana, como allí y en el resto de Italia se multiplica el culto a los luchadores por la patria. Se diría que media Italia o más tiene enlosadas sus paredes con lápidas de loas a este y aquel héroe local o nacional.

Me acerqué al Museo de la ciudad, donde se colgaba una exposición bajo el titulo "El Culto a la personalidad del Duce". Pasé unas horas en el Museo, reflexionando, con ardor en el pecho y curiosidad histórica. De la expo ni un cartel en la ciudad como si fuese algo ignominioso, pero es de admirar, el valor para programarla, en Saló, epicentro de los momentos finales del drama fascista. Yo no sé que es mejor si enterrar a los Dictadores o estudiarlos para que no vuelvan a repetirse. La exposición, a mi juicio, no ahonda suficientemente en la degradación de la masa que asume el culto a los dictadores ni en la pornografía de los dictadores, diseñando el culto a si mismos.

En Saló, enclave de un turismo bastante selecto, busqué las miradas de las gentes de mi edad o mayores y no encontré lo que buscaba: la mirada apagada y triste como la de mi generación, que tuvo una infancia y juventud en blanco y negro, con horizontes en gris, por mor de otro Dictador. Quería encontrar los resquemores de lo que tuvo que significar aquellos dos acontecimientos en esta ciudad: el hito perverso de la obscena camisa negra y el del sadismo erótico de Pasolini. Sería fácil y cómodo hacer, desde aquí, una comparativa entre los dos dictadores Mussolini y Franco, pero no era esa secuencia histórica la que me preocupaba hoy sino la otra, la más íntima, la de una ciudad que sobrevive con esplendor a dos situaciones perversas y trágicas y la de las generaciones que lo vivieron.

A pesar del drama mussoliniano y su negra historia, esto no es más que una minúscula chinita en el zapato italiano, porque el Plan Marshall solucionó el hambre, la destrucción, la miseria y hasta el odio en Italia. En España, Pepe Isbert sigue esperando, en la plaza mayor, a ver si la página de nuestra historia negra pasa tan rápido como el coche de Marshall en el film. Lo cierto es que, mientras en Saló brilla el cielo y el pasado está en el fondo del lago de Garda, a nuestra generación española, le robaron los colores y el sol, teniendo que convivir con el Dictador decenas de anos, aprendiendo a odiarle y a combatirle. En nuestras calles aún se respira la rabia que no hay en la Italia de Saló, tal vez por culpa de Marshall.

Post scriptum. Yo me pregunto, si la obscenidad que vivimos en España, con el juego trágico de una inmerecida clase política es digerible y hasta cuándo se soportará este drama de mentiras, pastiches y corrupción de todos los partidos sin excepción. Es cierto que la democracia es el menos malo de los sistemas pero ¡qué malo es, por Dios bendito! Naturalmente, para esto no luchamos contra el Dictador.

Sólo por recordar: fue aquí en Italia, en Viterbo, en 1268, donde el pueblo, harto de los cardenales, que en tres anos no se habían puesto de acuerdo en nombrar Papa, los encerró a pan y agua hasta que acordasen un Papa. Y surtió rápido efecto, porque prontamente lo hubo. Buen invento aquel del conclave, "cum clavis" (bajo llave).

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