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Universidades católicas

El esfuerzo de la Iglesia en la excelencia académica, según el ranking de Shanghai

La organización ShanghaiRanking Consultancy ha dado a conocer la lista de universidades que, en el año 2016, fueron clasificadas como las 500 mejores del mundo. Para confeccionar el elenco se ha tenido en cuenta el número de profesores, investigadores o alumnos distinguidos con Premios Nobel o galardones internacionales, especialmente Fields Medals; el de investigadores citados en sumo grado en los ámbitos de las ciencias de la vida, medicina, física, ingeniería y ciencias sociales; el de artículos firmados en las revistas "Nature" o "Science", y el de artículos registrados en Science Citation Index-Expanded y Social Science Citation Index.

En el ranking de las 500 mejores del mundo figuran las siguientes universidades católicas: Leuven y Louvain la Neuve (Bélgica), Nimega (Holanda), Corea (Corea del Sur), Georgetown, Notre Dame, Saint Louis y Boston College (Estados Unidos de América). Existen, además, Institutos Superiores de Estudios Eclesiásticos vinculados a las de Friburgo, Laval, Montreal, Estrasburgo, Múnich, Bonn, Friburgo de Brisgovia, Münster, Tubinga, Würzburg, Bochum, Maguncia, Regensburg, Viena, Innsbruck, Graz, Liubliana, Zagreb o Varsovia. Todas ellas entre las top 500. Lo que indica el gran esfuerzo que realiza la Iglesia para que las ciencias sagradas alcancen los niveles de calidad que se precisan para mantenerse en ámbitos de la mayor altura académica.

Por otra parte, el hecho de que, en el elenco, figuren ocho universidades de la Iglesia católica da a entender que, en la valoración, no han interferido prejuicios antirreligiosos. Más aún, la primera de la lista, Harvard, es puritana, al igual que la undécima, la de Yale; Princeton, la sexta, es presbiteriana; Columbia, la novena, es anglicana. También lo son las de Oxford y Cambridge. Esta, en el ranking de Shanghai, es la mejor de Europa. Así pues, una universidad puede ser religiosa y, a la vez, la número uno del mundo, tanto en humanidades como en ciencia y tecnología.

Sin embargo, por extraño que parezca, no todas las universidades católicas se han marcado como una aspiración irrenunciable la de figurar en un registro de excelencia. Ello exigiría hacer una selección en el alumnado, y muchos directivos de centros eclesiásticos de estudios superiores consideran que el elitismo no se corresponde con el servicio universal que distingue a la Iglesia, la cual ha de ofrecer un nivel digno de formación universitaria a quienes lo demanden, sin exclusión alguna. Aun a riesgo de que esas instituciones docentes pierdan el rango de "universidad" y se conviertan en academias de otro orden. Porque la misión es la misión, y esta se halla por encima de cualquiera de los acerados parámetros con los que se evalúa a las entidades que sirven de cauce para conducirla hacia su verdadera meta.

Ahora bien, las universidades católicas han de estar muy atentas en lo que se refiere a la selección del profesorado. Este ha de ser relativamente joven; salvo justificadísimas excepciones, no debería ser reclutado de entre el propio alumnado; no basta con que las personas de que se nutre sean sólo estudiosas, divulgadoras de aportaciones científicas de otros, aunque las expongan con buen sentido crítico, sino que han de ser también investigadoras de oficio.

Los docentes han de producir ciencia, pensamiento, bibliografía reseñable y, en la medida de lo posible, patentes. Porque hoy todo esto se mira mucho. Los alumnos no acuden a la universidad para escuchar a repetidores de lo que han dicho o escrito otros, sino para conocer métodos y resultados de los que los profesores rindan cuentas con la pericia de quien ha estado trabajando y reflexionando sobre ello a fondo, concienzudamente, y se encuentre en grado de trasladar a sus alumnos una información que pueda ser calificada como de primera mano. Y que eso sea, además, reconocido y apreciado como algo valioso por colegas de la especialidad en el ámbito internacional, ya que no existe un prestigio mayor que el conferido por los iguales. En todos los campos de la vida.

De no ser así, la mayoría de las universidades católicas seguirán siendo meras transmisoras de cultura, de conocimientos generales y algo de tecnología aplicada, lo cual no es en absoluto desdeñable, pero no figurarán en los registros de calidad, actualmente en boga. Sin que ello constituya óbice para que sigan trabajando, como hasta el presente, en favor del éxito profesional de los estudiantes. Ese sí que es un título de gloria incomparable, el que realmente corona a una universidad, sobre todo si es católica, pues se da cumplimiento de ese modo a la vocación y el deber de mejorar las condiciones de vida de las personas, propósito incontrovertible de la Iglesia, que se sabe enviada para servir, en multiformes áreas de actuación, a la sociedad.

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