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Médico de Grado

El alma de Grado, enlutada

En memoria de un médico como pocos que nunca abandonó el estudio y la curiosidad por la Medicina

En Grado tenemos el corazón contrito, el ánimo enlutado y la visión nublada por las lágrimas. La indignación nos empacha y la consternación ahoga nuestro grito. Se hizo un respetuoso silencio a las cinco de la tarde del pasado martes, y se oscureció la luz, porque falta un hombre insigne, preclaro, una luminaria de nuestro concejo.

La vida, en boca de la mayoría de las personas, siempre es ingrata. La muerte jamás es grata, ni respetuosa con propios y deudos. Y considero, que tampoco es digna; a pesar de que ahora todo el mundo abogue por una "muerte digna"; concepto éste, que ha cambiado a lo largo de los siglos, pues, durante muchos, era digno, honroso y heroico, morir violentamente en el campo de batalla, y no lo era morir de viruela o cólico miserere. Personalmente, prefiero los héroes vivos. Hoy en día, las mentes civilizadas, execramos la muerte violenta, sea esta como sea; más aún, si lo es por mano o decisión ajenas. En ti, querido colega, han concurrido esas tristes desgracias, por lo que nos rasgamos las vestiduras y apelamos a la misericordia divina, porque sabemos que siempre te tuvo reservado un buen puesto en el más allá; ya que, si ese lugar se gana con los merecimientos de esta vida, a ti te sobraban demasiados.

Eras un hombre discreto, correcto, respetuoso y educado. Una bellísima persona y todo un caballero, y no olvido que como tal me recibiste cuando fui a saludarte y a presentarme, recién llegado yo a Grado. Y fuiste un buen compañero y un gran profesional, infatigable, incombustible, que nunca abandonaste el estudio y la curiosidad por la Medicina, y a quien deben su vida y salud muchas personas. Eras un gigante, el último dinosaurio de nuestra vocación, cuyo ejercicio no abandonaste hasta el último día de tu vida. Los que te conocíamos, sabíamos que desde que falleció tu mujer, tu ánimo vital comenzó una cuesta abajo imparable, y arrastrabas un cuerpo que sólo mantenía en pie tu vocación de ayuda al prójimo en esta loable labor de nuestra profesión. Eras de los pocos médicos, en ejercicio, que podían contar con lucidez sus experiencias antiguas -auténticas gestas profesionales- de complicados partos atendidos con rudimentarios instrumentos, sin otra ayuda que las manos y los conocimientos, en difíciles circunstancias y alejadas geografías, adonde solamente se llegaba tras muchas horas a caballo.

Hoy me vienen a la memoria muchos momentos difíciles que compartimos en nuestro ejercicio, que sería demasiado prolijo traer aquí. Pero recuerdo aquella ocasión en que hicimos piña, Paco (el doctor Aréchaga), tú y yo, enfrentándonos a las imposiciones e injerencias de los gestores de nuestra empresa, que pretendían modificar los estatutos y que perdiéramos salario y bastantes derechos adquiridos, en el que tú, valientemente, le dijiste al mandamás, ante sus amenazas: "Ya será menos?". Al final lo consiguieron -siempre lo consiguen los políticos-, y si bien perdonamos a aquellos médicos gestores, porque nos sobraba buen corazón, nunca olvidamos sus mezquinas y traidoras maniobras. Que sepas, que guardo con cariño la foto que nos hicimos, y el abrazo que me diste hace poco, en el homenaje del día de mi jubilación.

Siempre es difícil pretender y, más aún, conseguir, que unas escuetas palabras puedan resumir la figura de una gran persona, la gesta de un gran hombre, a quien todos apreciábamos y respetábamos, y cuyo panegírico está en la boca de todo el mundo. Pero, si la verdadera muerte es el olvido, tú nunca morirás, porque siempre serás recordado como una figura señera en la historia de la sanidad de Grado. Por ello, en esta breve nota, sólo alcanzo a decir que todos sentimos en nuestras carnes tu cuello cercenado en el trance final, y que a todos nos zahiere esa soledad inerme de tus últimos momentos, que nos embarga la tristeza y que lamentamos tu muerte, que nos lacera y descarna hasta el alma, y elevamos nuestras oraciones; aunque sabemos que no las precisas para obtener el cielo.

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