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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Mercadillos

El primer fin de semana de septiembre regaló a Gijón un par de espléndidas jornadas veraniegas que la meteorología había negado al disfrute de esta ciudad la primera quincena de julio. Si la estadística del turismo local en el inicio del verano registró unos datos desesperanzadores se debió en gran parte al designio nada halagüeño de los hados atmosféricos.

Gijón vive al menos medio año de los tres meses del verano, lo que le obliga a disponer de una amplia oferta de ocio estival en cantidad que en ocasiones adolece de calidad. No en las grandes citas estelares, como la "Semana negra", Metrópoli, el Concurso Hípico Internacional, la Feria de Begoña, el Festival Aéreo... Pero sí en convocatorias menores de relleno, como algunos de los mercadillos que se organizan y que sólo aportan malestar al comercio local y apenas distracción a lugareños y turistas. Este fin de semana se celebró un confuso mercado con el título de romano que podría haberse llamado de igual forma chino, ugandés o bielorruso.

Sabíamos que los romanos apreciaban el "conditum", que era una mezcla de vino, miel y especias, pero desconocíamos que celebraran bacanales brindando con mojitos y daiquiris. Tampoco las palmeras de chocolate se relatan como dulces apetecibles en "De re coquinaria libri decem", los diez libros de cocina de Caius Apicius. Lo dicho, que ese mercado persa tenía de romano si acaso la cercanía a las termas del Campo Valdés y la estatua de Augusto.

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