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Opiniones de un nómada

New York, 1977

Sobre el nonato museo del cómic de Gijón

Cuando entré, en 1977, en el "New York Daily News", lo vi tan imponente que creí que me encontraba en el "Daily Planet" de la Metrópolis de Superman. Tuvimos un buen anfitrión, Bill Gallo, de ascendencia española, periodista y dibujante, que nos enseñó cada rincón del periódico. Aún tengo los plomos con nuestros nombres con los que hicieron una portada ficticia del periódico.

Acudí a Google para saber de Bill y vi, tristemente, que ya había fallecido. Buscando información, topé en Wikipedia, esa enciclopedia de particulares no contrastada, con abundantes datos del Salón Internacional del Cómic. Desde mi perspectiva y desde mis vivencias, los protagonistas que leía no son los que yo conocí. Quiero dejar meridianamente claro que tanto en el cine como en la Muestra del Cómic, que nació como actividad paralela, desde su origen y en los primeros años, el único protagonista real ha sido Isaac del Rivero. No entraré en ninguna discusión, pero nadie puede robarle haber sido creador y alma mater.

A mediados de los sesenta, por motivos políticos (que serán para otro artículo), me introduje en el Certamen de Cine, y progresivamente ocupé cargos que pasaron de secretario del jurado internacional a secretario general, llegando a ser, por poco tiempo, director adjunto. Durante aquellos años, Isaac del Rivero y yo formamos una entente exclusiva y continua que programaba las actividades con todo tipo de estrategias para burlar a las autoridades censoras, al comité ejecutivo y a las autoridades gubernamentales del periodo tardofranquista y de la Transición. En la entrada dicha de Wikipedia, donde abundan nombres y fechas, hay un párrafo significativo que dice que se comisiona a dos personas (innominadas) para ir a New York. Un olvido de nombres poco elegante, por cierto. Esas personas fuimos Isaac del Rivero y yo mismo, y nunca fuimos comisionados por ningún ente que no fuese el propio Certamen de Cine. Ir a New York y hacerlo coincidir con la Convención Nacional de Dibujantes lo planteamos con argucias al comité ejecutivo del certamen, formado por prohombres de la política, para conseguir que aprobasen presupuesto y objetivos, fundamentalmente seleccionar películas.

Bill Gallo, de la National Cartoonist Society U.S.A., nos invitó a la gran convención, en el lujoso hotel Plaza de New York, donde sorprendentemente se nos rindió un verbal homenaje por la dignificación del cómic dentro del arte y la cultura en España. Por aquellos días, Bill nos trasladó en su propio coche a Connecticut, donde visitamos el Museo del Arte de la Historieta de USA. Allí, con Mort Walker y otros artistas y responsables del museo, se donó una partida de dibujos e historietas de autores americanos para el certamen de cine, en su muestra del cómic, para crear el primer Museo del Cómic de España, y desde donde se correspondería con dibujos de artistas españoles al museo norteamericano. Creo que fue en 1978 cuando se expusieron las obras, con otras de artistas españoles, en el Antiguo Instituto Jovellanos, y en donde el propio alcalde de Gijón anunciaba la creación del museo. Poco después, Isaac del Rivero y yo tuvimos una ruptura definitiva, por una fuerte diferencia de criterios, y yo, ya con responsabilidades en la Obra Social y Cultural de la Caja, me separé de la andadura del cine y del cómic. (Algún día hablaré de aquellos periodos franquistas y post, y de esta ruptura por presiones del comité ejecutivo y del resto de organismos tutores, que hicieron tomar a Isaac decisiones que me resultaba imposible de asumir). Del nonato museo nunca más se supo.

Durante un montaje del pabellón de la Caja en la Feria de Muestras de Asturias tuve tiempo para ver las obras de otros stands. En el pabellón del Ayuntamiento de Gijón, que estaba lleno de obreros, en una sala, como el arpa de Bécquer, oscura y cubierta de polvo y humedades, estaban tiradas las vitrinas con sus cómics. Quedé patidifuso e ingenuamente llamé al Ayuntamiento, avisándoles de la importancia cultural y económica de lo que allí había abandonado. Después se inauguró la Feria y aquel material se trasladó con algún destino ignoto. Desde mi cargo cultural en la Caja, innumerables veces coincidí con alcaldes, concejales de Cultura y responsables culturales y a todos les canté la misma canción con idéntica respuesta: asombro, desconocimiento e interés (¿ficticio?) en averiguar su localización. Resultado: silencio sepulcral. Así es y ha sido esta ciudad, indiferente al patrimonio cultural propio. (Otro día escribiré sobre unos retratos afamados y de los tapices de Cienfuegos, historias culturales increíbles).

Hace unas semanas vi lamentablemente a Isaac bastante deteriorado. El mínimo homenaje que hace años se le hizo, mezclándolo con otras personas, fue una deplorable acción más de la lucha de egos y de la indiferencia de esta ciudad por los actores culturales. La historia no debería robarle a Isaac los méritos de haber creado el Festival de Cine y la Muestra de Publicaciones que tanto bien trajeron a Gijón y a Asturias, e incluso a España. Hay Medallas de Asturias que producen risa o lágrimas.

Para terminar, y al compás de la defensa patrimonial, no ha habido reacción al escrito de hace unas semanas sobre el Revillagigedo, advirtiendo del patrimonio artístico de la Caja de Ahorros de Asturias y su futuro. Nadie, políticos, periodistas, artistas, se ha interesado públicamente por su situación física y legal. ¿Extraño? ¿O no?

Post scriptum. Hace unos pocos años estuve invitado en México a un Congreso Internacional sobre Migraciones para leer mis poemas y para moderar una mesa redonda, donde intervenían importantes autoridades norteamericanas y latinas, sobre el terrible drama de las emigraciones del Sur a EE UU. Salió a colación el famoso muro, armándose la marimorena. Hoy la agresividad de Donald Trump lo plantea con más ahínco. ¿No debería haber leyes divinas que prohibiesen tales candidatos? Suspiro por una nueva bajada de Moisés del Horeb.

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