Ahí la tienen. Una pintada realizada en el monumento al Sagrado Corazón del Naranco, situado en el Picu del Paisanu -así se denomina la cota máxima del monte aunque ya apenas nadie lo recuerde-, reza así: "La única ciudad que ilumina es la que arde. Fuego a Vetusta y San Mateo". No hace mucho aparecieron otras en San Miguel de Lillo -¿las autoridades esperan que la carretera la eche abajo?- y en la rectoral.
Leo el poema de 1937 "A los mártires españoles" de Paul Claudel: "Salve, las quinientas iglesias catalanas destruidas". No es de ahora, bien se ve, ese morbo criminal pero la mirada de moda es inquietantemente retrospectiva y reconstructiva de usos y abusos que da miedo recordarlos. Ahí está, mismamente, la podemita Rita Maestre que asaltó una capilla al grito de "Arderéis como en el 36", fue condenada por un juez y sigue tan campante al frente del Ayuntamiento de Madrid. La impunidad con vuelta de tuerca adicional educa en la barbarie y es contagiosa.
Odio a la Iglesia, odio a Oviedo y odio a sus festejos. Menuda trinidad del resentimiento. Los jabalíes de dos patas que merodean por la Cuesta -así se llamaba al Naranco, ay- son más temibles aún que esos de largos colmillos y hocicos feroces.
Y sigue, espantado, Claudel: "Hay que dejar sitio para Marx y para todas estas biblias de la imbecilidad y el odio". Se diría que tuvo una visión profética sobre la Carbayonia del presente. Sobre Tirana.