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Sol y sombra

La obsesión de Sánchez

Albert Rivera ha dicho que no está dispuesto a apoyar a un candidato que antepone la obsesión por la silla a España. Esta obsesión no es única en la historia de la política, el problema es que a Sánchez se le nota demasiado. Nadie en su sano y juicio, o con un mínimo sentido de la legitimidad democrática, se le ocurre la idea de asaltar el poder con 85 diputados en un parlamento de 350 y sin tener aseguradas numéricamente las posibles alianzas. Pero el aspirante socialista, tan ufano como irresponsable, está decidido a ir a un comité federal y retar a los críticos del partido para intentar una vez más la cuadratura del círculo antes de exponerse a que lo laminen. Es su opción.

En la política, lo primero que hay que considerar es el factor humano, por eso la alusión de Rivera de que nadie debería anteponer la poltrona al interés nacional es un deseo más que algo que se pueda conciliar con la realidad. La osadía irreflexiva por parte de Sánchez es insistir en el imposible tantas veces y de manera tan obtusa para evitar el desahucio, y con tan pocas bazas a su favor: el horizonte de igual a igual que le reserva Iglesias y las líneas rojas independentistas por traspasar.

La pirueta humana ha obligado, además, al candidato socialista a traspasar otras antes de intentar su huida hacia adelante, como es la reiteración en descalificar la legitimidad del adversario siendo la suya tan escasa por las urnas. O someter al país a las tensiones, o la inquietud que despierta el hecho de llegar hasta donde parece decidido con el pretexto de un gobierno de cambio. El cambio, en cualquier caso, ni siquiera viniendo de donde venimos, se puede considerar positivo para los intereses de España bajo cualquier circunstancia.

Lo de Sánchez, aparte del daño ocasionado a su partido, es un auténtico esperpento

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