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Cien líneas

Suspenso

En un colegio asturiano de cuyo nombre no quiero acordarme han decidido que los alumnos sean los encargados de poner sus propias notas. Generalizando, en cada centro de trabajo el salariado de turno podrá establecer su sueldo. Por esa vía seguro que no llegamos ni siquiera a las elecciones de diciembre.

Las reflexivas no existen. Yo no puedo auto evaluarme salvo como mantra poético. O delirio psicótico que viene a ser lo mismo. Como no puedo auto juzgarme en un pleito. O concederme el premio Princesa de Asturias de Patafísica, mismamente, y no es que no lo merezca.

Solo en las dictaduras comunistas ocurre tal. En esos paraísos, al cuestionado de turno le hacen la autocrítica y en paz. Suena cómico pero millones de personas han sido asesinadas por semejante procedimiento. Y antes de morir en el paredón el condenado debe confesar sus crímenes y arrepentirse sinceramente aunque sea todo mentira. El general Ochoa, de la cúpula castrista, fue fusilado después de reconocer hechos fantasmales: el narcotráfico era una cuestión de Estado y él apenas una pieza o quizá ni siquiera eso. Pero había que castigar a un pez gordo y sobre todo era necesario que se auto inculpase públicamente.

Los alumnos que se pongan a si mismos las notas encarnarán una función patógena. Si se auto suspenden se sentirán doblemente culpables y si anotan las mejores calificaciones se verán privados del reconocimiento del profesor, circunstancia absolutamente fundamental para estimular a un niño. Y a cualquiera.

Como decía Alarcos, ya los suspenderá la vida. A los maestros, claro.

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