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Camilo José Cela Conde

Galicia y Euskadi

Nadie sabe si los resultados electorales de Galicia y Euskadi llevarán a que se desbloquee el proceso de investidura atascado en el Congreso; ni siquiera lo saben quienes se supone que deben presentar propuestas de Gobierno y oposición vinculadas a lo que se les exige a los principales partidos políticos, aquellos con opciones de gobernar España ahora o en otro momento. Y no parece que lo sepa nadie porque esa suposición relacionada con la gobernabilidad del país hace mucho tiempo que ha quedado enterrada bajo los escombros de los intereses personales, las fintas tácticas y los castillos en el aire.

Lo que sí se sabe es que al secretario general del PSOE le va a ser muy difícil presentar los números de las urnas gallegas y vascas aplicando el mantra con el que se niega a cualquier cosa que no sea presentarse a su propia investidura. Si eso era un disparate reconocido incluso dentro de su partido por las voces sensatas que quedan en él, pocas pero importantes, ahora tras lo sucedido el domingo convierte en un despropósito el gobierno alternativo con el que soñaba Sánchez. El reto personal que habrá de asumir en adelante es que se le confirme como candidato para las terceras elecciones, algo que desde el punto de vista de cualquier análisis objetivo es un sinsentido donde los haya. Confirmar a quien garantiza la sangría de votos es convertir la proverbial travesía del desierto a la que está condenado el PSOE desde el último gobierno de Zapatero en un paso firme hacia la liquidación del partido.

Así que, por lo que hace a los socialistas, ya no se está hablando de abstenerse o no en la investidura de Rajoy, sino de salvar los muebles. Con el añadido bien peligroso de que los principales valedores de Sánchez se encuentran muy próximos a Podemos en términos no de ideología, que semejante cosa no existe en ese terreno, sino de táctica para conservar el sillón.

En semejantes circunstancias, los pasos que se den dentro del Partido Socialista en estos próximos días van a ser cruciales para saber si hace borrón y cuenta nueva, reconoce su derrota y busca a alguien con peso ante los electores, o si se pliega a las maniobras de fontanería para acabar en el sumidero. De tratarse de la suerte futura de un partido, poco importaría. Pero el PSOE ha sido parte sustancial de esa nueva España que se ha homologado con el resto de Europa. Darlo por liquidado obliga a entrar en un futuro político e institucional incierto cuyas referencias más cercanas se tienen en lo que ha supuesto el populismo en Grecia.

Así que estamos en realidad en la casilla de partida del año 1978: intentado montar los cestos de un Estado a partir de los mimbres de sus realidades diversas y en ocasiones contrapuestas, autonomía por autonomía, hasta llegar a la suma. Con una diferencia esencial. La que lleva desde Felipe González a Pedro Sánchez.

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