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Deporte, religión y cultura

La Universidad Católica de Murcia (UCAM) se siente orgullosa, y con razón, de que una gran parte de las medallas olímpicas cosechadas por España en Río de Janeiro, en 2016, hayan sido ganadas por deportistas vinculados a esa institución académica: Mireia Belmonte, oro y bronce en natación; Saúl Craviotto, oro y bronce en piragüismo; Carolina Marín, oro en bádminton; Maialen Chourraut, oro en piragüismo; Ruth Beitia, oro en salto de altura; Eva Calvo, plata en taekwondo; Francine Niyonsaba, plata en atletismo; Artemi Gavezou, plata en equipo de gimnasia rítmica; Lidia Valentín, bronce en halterofilia, y Joel González, bronce en taekwondo. De las diecisiete medallas traídas a España, doce son de deportistas relacionados con la Universidad Católica: cinco de oro, tres de plata y cuatro de bronce.

En los Juegos Paralímpicos, a su vez, de treinta y una medallas ganadas para España, nueve las consiguieron deportistas UCAM: Teresa Perales, una de oro y tres de plata en natación; Gerard Descarrega, oro en atletismo; José Manuel Ruiz, plata en equipo de tenis; Alfonso Cabello, dos de bronce en ciclismo, y David Casinos, bronce en lanzamiento de disco. Además de los ganadores de medallas olímpicas y paralímpicas, otros cuarenta y tres deportistas vinculados a la Universidad Católica de Murcia han participado en los Juegos de Río 2016. Algunos han obtenido diploma olímpico. Entre ellos el piragüista Javier Hernanz, natural de Arriondas y estudiante de Derecho en la UCAM.

Dos meses antes del evento deportivo en Brasil, en los Estados Unidos de América fallecía Mohamed Alí, anteriormente conocido por el nombre de Cassius Clay, del que abjuró al ingresar en el grupo religioso "Nación del Islam", una organización de impronta musulmana, alejada, sin embargo, en elementos importantes, del mahometismo. Su determinación tuvo lugar inmediatamente después del combate, en 1964, en el que Clay arrebató el título de campeón del mundo de pesos pesados a Sonny Liston: "¡Soy el rey del mundo! ¡Dios todopoderoso estaba a mi lado!". A partir de entonces se llamaría Cassius X: "Cambio de nombre porque Clay es un apellido de esclavo que yo no he elegido". Luego, adoptaría el nombre de Mohamed Alí. El boxeador más famoso de todos los tiempos había hallado en aquella modalidad religiosa su verdadero ser: amado por Dios y libre. Precisamente en estos días ha salido a la luz un libro de Davis Miller, traducido al español, sobre el célebre púgil: "En busca de Muhammad Ali".

Otra grandísima figura del deporte fue Eric Liddell, nacido en Tianjín (China), hijo de misioneros cristianos escoceses y velocista excelente. Ganó la carrera de 400 metros en los Juegos Olímpicos de París, en 1924. Parece que renunció a la de 100 metros, que era en la que realmente destacaba, por no hacerlo en domingo, el Día del Señor. Como se recordará, Liddell es, junto al corredor judío Harold Abrahams, personaje central de la película "Carros de fuego", dirigida por Hugh Hudson, con banda sonora original de Vangelis y estrenada en 1981. Convencido de que Dios lo llamaba a ser misionero en China, Eric regresó al país en que había nacido, se dedicó a anunciar el Evangelio y a ayudar, hasta quedar sin fuerzas, a los habitantes de una región sumamente pobre, y murió en un campo de concentración, del que renunció a salir para que, en su lugar, fuera liberada una mujer embarazada. Es por ello por lo que la iglesia episcopal le profesa rendida veneración.

Mas no toda trayectoria deportiva conduce necesariamente a la entrega abnegada a Dios y a los demás. Sobre todo si un caudal inconmensurable de dinero irruye en la vida del individuo y este pierde la noción de límite en el dispendio. Baste con recordar al futbolista norirlandés George Best, mítico jugador del Manchester United y juerguista hasta no poder más. El repertorio de dichos que se le atribuyen es de antología. He aquí una perla: "Gasté mucho dinero en bebidas alcohólicas, mujeres y coches caros; el resto, lo malgasté". Y como esta, varias. Resulta, en cambio, más edificante el testimonio de Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957, sobre lo que significó para él su etapa, como jugador, en el Racing Universitaire Algérois: "Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol".

Esta confesión del escritor "pied-noir" se halla en plena consonancia con el espíritu de la Carta Olímpica, en la que se dice: "El olimpismo es una filosofía de la vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales". Y para ello, la figura del entrenador es fundamental. Así lo reconoció la Universidad Pontificia de Salamanca cuando, el pasado mes de abril, confirió el doctorado "honoris causa" a Vicente del Bosque, "no sólo por su trayectoria y palmarés deportivo, sino también por su compromiso con el mundo de la discapacidad y la transmisión de los valores".

El deporte y la religión son dos expresiones singularísimas del espíritu humano, que se manifiestan transversalmente en la cultura de cada tiempo y lugar, y la conducen hacia niveles elevados de perfección moral por medio del esfuerzo, la colaboración, la gratuidad, el autodominio, la perseverancia, el respeto y, por supuesto, la capacidad de encajar el fracaso. "La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce", decía Borges. No ha de extrañar, pues, que san Pablo hallase, en las exigencias del fondismo, una metáfora elocuente de la vida cristiana: "Un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita" (1 Corintios 9,25). Porque lo que convierte en épica la vida del cristiano es su aptitud, ya innata ya cultivada, para dirigirse hacia la meta que lo aguarda con el arrojo, la constancia y la bizarría de un corredor de fondo.

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