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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Ángeles de la guarda

Todos estamos al amparo de un ángel custodio, de presencia invisible pero solícita. Lo apuntan como dogma las Sagradas Escrituras. Se trata de uno de esos asuntos de nivel etéreo que se creen o no se creen, pero a todos, de niños, nos enseñaron a rezarle cada noche a nuestro ángel de la guarda.

Después creces y esos hábitos infantiles se sepultan en el olvido, y los custodios ya no tienen alas níveas, sino uniformes azules o van de paisano, desapercibidos. Y no vuelan: se desplazan en moto o en coche patrulla. Aunque lamentablemente el Estado, que no es Dios aunque a veces se empeña en parecerlo, no asigna un agente de policía al cuidado de cada ciudadano.

Ocurre que en Gijón los índices de peligrosidad menguan y no se hace preciso llevar un guardaespaldas del Cuerpo Nacional las veinticuatro horas del día. Debe ser por eso que cuando los agentes se jubilan cuesta trabajo a la Administración cubrir las plazas vacantes...

Lo de la caída de los delitos lo recordó ayer, en la fiesta patronal de los Santos Custodios, el comisario jefe de Gijón, Dámaso Colunga, que tiene ángel, y a quien sus guardas llevaron raudo el pasado sábado a Cabueñes después de la indisposición que sufrió, a pleno sol, en la jura de bandera de civiles en Las Mestas.

Santo Tomás de Aquino dividió los coros angélicos celestiales en nueve categorías: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, principados, ángeles, arcángeles y potestades. Estos últimos son los que se encargan de refrenar a los demonios. O sea, como hacen los policías de Gijón con los malos, que no suelen ser unos angelitos.

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