El Partido Popular se ahoga en la náusea de su corrupción sin posibilidad de deshacerse de los lazos del pasado que le unen a "Gürtel" y a Bárcenas y alineándose con los acusados en la anulación de las pruebas. El PSOE, la otra columna, se desangra sin saber cómo explicar las decisiones dramáticas a que le obliga su propia supervivencia después de haber errado en la estrategia.

Puede que estemos asistiendo a una descomposición del régimen y lo peor de todo es que no hay una alternativa fiable en el mercado revuelto de la cacareada nueva política tan viciada como la vieja desde sus propios inicios.

Mariano Rajoy parece haberse resignado a no ponerle condiciones a la dolorosa abstención socialista en el caso de una investidura exprés. El PSOE, a su vez, advierte que no puede garantizar la estabilidad -la suya emocional está por los suelos- por lo que inmediatamente de ser investido el presidente del PP gracias a su abstinencia enseguida empezará a competir con Podemos para ver quién de los dos pega las mayores dentelladas en la yugular al Gobierno. Desde el punto de vista de la táctica de partido, incluso desde la "abstención estratégica" o "técnica", resulta comprensible pero a ver cómo se explica el desbloqueo bloqueando, por ejemplo, los presupuestos de un país.

No es difícil que los socialistas se desangren en la abstención para seguir desangrándose después en una hipotética legislatura tan previsiblemente incierta como deseperanzadora para los intereses del país. La decisión que tanto cuesta tomar en el PSOE después de que los sanchistas pusieran al partido en evidencia mediante la coartada suicida de señalarlo con el dedo debería servir al menos para que España cuente con un ejecutivo útil, y ello no significa tener que renunciar a imponerle condiciones para gobernar.