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Francisco Bastida

El esperpento socialista

Una crisis que ha dejado al descubierto las miserias de todos

Se consumó la defenestración de Pedro Sánchez, convertido en chivo expiatorio de todos los males del PSOE. Se le encumbró para salir del paso con el argumento de que "no vale, pero nos vale" y salió respondón ganando unas primarias no pensadas para él. Desde ese momento la lucha por el poder dentro del partido ha sido una constante, unos por mantenerlo y otros por minarlo, primero en horario de oficina y después a destajo. Los últimos días han sido un esperpento televisado en formato telebasura, ya para denigrar a compañeros de partido, ya para nominar a quién tenía que abandonar la casa de Ferraz. Causa náuseas recordarlo. La adaptación al medio era tal que Susana Díaz salía en televisión poniendo en escabeche a Sánchez mientras en la parte superior de la pantalla se anunciaba "A continuación: pesadilla en la cocina". Al poco se emitía una grabación en la que Felipe González, con cara de Chicote, arremetía contra su secretario general por el menú que estaba sirviendo en el Congreso de los Diputados. Si se cambiaba de canal, el show continuaba con un montón de micrófonos tapando a una persona que se desgañitaba para que todo el mundo supiese que en ese momento ella era la única autoridad del partido, y no, no era Cañita Brava chupando cámara, sino una tal Verónica Pérez, ignota presidenta del comité federal. Y así hasta comprobar que no se trataba de un reportaje sobre la persecución del toro de la Vega, sino la retransmisión en directo del acoso y derribo del secretario general del PSOE por parte de algunos de sus más significados compañeros. Ahí tienen los zoólogos la explicación del hecho insólito de que la semana pasada aparecieran buitres sobrevolando las calles de Madrid.

Con independencia de las razones que han movido a unos y a otros en este conflicto interno, está claro que el PSOE no se merece el espectáculo dado, porque es algo más que un partido; es una institución de la historia de este país y patrimonio de al menos todos los que en alguna ocasión le dieron su voto. Si uno hace balance, se puede afirmar que la democracia tras la dictadura fue cosa de todos, pero la modernidad, el Estado social y la igualdad vinieron sólo de la mano del PSOE y de las fuerzas de izquierda que le apoyaron. El PP sólo ha aportado recursos de inconstitucionalidad y recortes para intentar echar abajo esas señaladas conquistas de las que su electorado y sus propios dirigentes se benefician ahora como el que más. Pueden perderse las elecciones, puede perderse el rumbo, pero no puede perderse el respeto a la institución con un asalto grotesco a su dirección.

Por el camino también ha perdido el poco prestigio que le quedaba otra institución de la Transición. Un diario, antaño ejemplo de la libertad de información, que salió a la calle en pleno golpe de Estado del 23-F para condenarlo, y ahora ejemplo de desvergüenza mediática al servicio de quienes de manera artera doblegaron a Sánchez. Una cosa es tener una tendencia editorial y otra ser tendencioso y maledicente.

A veces las crisis sacan lo mejor de cada uno para intentar superarlas, pero en este caso han dejado al descubierto las miserias de todos, no sólo la miseria personal, sino también la miseria intelectual y política. La simpleza de los argumentos de los críticos, envueltos en la bandera de España y el interés general, cual dirigentes del PP, sólo es comparable a la ceguera de Sánchez, incapaz de ver que siempre ha estado maniatado por los barones del partido, rodeado por un equipo de mediocres y ninguneado por quienes él buscaba como compañeros de viaje.

Desde hace un año Sánchez no hizo otra cosa que enredarse en la maraña de líneas rojas que le trazaban dentro y fuera del partido y esos hilos son ahora la soga que asfixia al PSOE. Pudo formar un gobierno del cambio y mandar al PP a purgar sus pecados de recortes y corrupción, pero la mezcla de bisoñez y ambición de Podemos lo impidió. Se empecinó tras las últimas elecciones en el doble "No", sin posibilidad de un gobierno alternativo, sólo conseguible a la desesperada y en una posición de extrema debilidad frente a sus hipotéticos socios. Pudo ser realista y quedarse con el primer "No" a Rajoy, sustituyendo el segundo "No" por la abstención. A cambio hubiera podido exigir la cabeza del líder del PP, como icono de la indecencia política, e incluso imponer condiciones en algunos asuntos claves para consentir un gobierno del PP más tratable. Ahora ni una cosa ni la otra. Los críticos, aparte del aquelarre organizado, no han conseguido nada fuera de la lucha interna; sólo fortalecer a Rajoy, mientras esperan de él generosidad para que les evite el calvario de unas terceras elecciones, por las que con algarabía ya comienzan a graznar (nunca mejor dicho) las gaviotas.

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