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Reflexiones de bebés anónimos

¡No!

Los verdaderos nombres de las cosas

Pongamos que me llamo Armando y que tengo 8 meses.

Empiezo a estrenarme en el oficio de la vida y ando un tanto despistado. Es natural. Pasa al iniciarse en cualquier profesión.

Para mí todo es nuevo, pero aprendo sin parar. Lo primero que he aprendido es que, para encontrarme a gusto, satisfecho, con ganas de vivir y de saber más y más, es necesario sentirse querido. Y reparad en que he dicho "sentirse querido", no sólo que te digan que te quieren, que no es lo mismo. Sentir el afecto de los tuyos, como me pasa a mí, te da seguridad, energía, fuerza y ganas de conocer, de investigar, de explorar.

Y he descubierto tantas cosas en tan poco tiempo que podría escribir un libro muy gordo sobre ellas.

Uno de los descubrimientos que más me han llenado de perplejidad es comprobar que los adultos llaman de la misma manera a cosas muy diferentes. Lo mismo da que se trate de un delicado jarrón chino, una lámpara, unas cerillas, unas tijeras o un teléfono móvil, por poner sólo unos pocos ejemplos. A todos esos objetos tan dispares los denominan igual.

Sí, a todos los llaman ¡No!

Cuando me acerco a algo, por puro afán de conocimiento, me lo arrebatan de las manos, me lo señalan una y otra vez y me reiteran en tono muy serio y profesoral:

-¡No, esto no!

Y lo repiten varias veces, por si no me hubiese enterado de la primera, o porque quizá piensen que soy duro de oído.

Como me va la investigación, he repetido este experimento centenares de veces, y el resultado ha sido siempre el mismo.

Tengo ya ganas de empezar a hablar para enseñarles a mis padres y demás familiares los verdaderos nombres de las cosas. Los quiero demasiado como para permitir que sean unos ignorantes toda su vida.

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