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Para cambiar

¡Ay! Qué pena me das

El título lo he tomado prestado de la canción "Esperanza", aquélla que sólo sabía bailar el cha, cha, cha, pero en esta ocasión hace referencia a Miguel Blesa, el aspirante a banquero que fue presidente de Caja Madrid durante 14 años y que está siendo juzgado por el feo asunto de las llamadas tarjetas black. Para mí, este personaje, a pesar del quebranto que ha causado al país, no merece una especial atención, pero dos declaraciones que ha largado recientemente han puesto el foco para que le dedique esta nota. El procesado se queja, con cierta desfachatez, de que no tiene un euro y que se ve obligado a realizar las labores de su casa, como si esta tarea que desempeña la gran mayoría de los españoles fuera una ocupación ruin, innoble e impropia de personas normales.

Este diletante, cuyo principal mérito para presidir CM fue el ser amiguete de Aznar (dame un puestín, pero ponme donde haya), cobraba tres millones de euros al año, además de gastos pagados en restaurantes, hoteles, automóvil con conductor -hay que ver lo incómodo que es un coche blindado dixit-, viajes, gastos de representación y, por supuesto, los 435.000 euros de la famosa tarjetita que ha devuelto para intentar rebajar la pena. ¿Qué habrá hecho con tanta pasta para lamentarse ahora de que está canino? ¿Se lo habrá gastado todo en escopetear animales en safaris africanos y otras frivolidades? El caso es que al juicio se le ha visto llegar con aspecto de no pasar privaciones, en un Mercedes todoterreno y vistiendo trajes y zapatos hechos a medida. La otra perla reciente la soltó, con actitud petulante, al declarar en el juicio que las deshonrosas tarjetas eran un instrumento complementario para dignificar su salario y su trabajo. ¡Toma ya!, o sea, que el trabajo del presidente y de los miembros del consejo de administración de CM con sus sustanciosas dietas y retribuciones millonarias lo consideraba indigno, y la manera de convertirlo en decente y decoroso era entregándoles tarjetas fiscalmente opacas para gastos de libre disposición y sin preguntas por un importe superior a los 12 millones de euros.

¡Qué insulto a los parados que ansían un empleo para sobrevivir y al trabajo e inteligencia de millones de españoles, muchos con carrera universitaria, que cobran poco más de mil euros al mes! Es posible que de los seis años que solicita el fiscal acabe pasando algunos meses en la trena, donde tendrá tiempo para reflexionar sobre la humildad y echar cuentas de lo que nos ha costado a todos (en parte por su nefasta gestión) la quiebra milmillonaria de Caja Madrid-Bankia. Ahora, eso sí, aunque en la cárcel se lo den casi todo hecho, tendrá que limpiar la celda, así que le viene al pelo ir haciendo prácticas con las labores domésticas.

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