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Cien líneas

Osoro

Cuando saltó la noticia del nombramiento de don Carlos Osoro como arzobispo de Oviedo lo llamé y concerté una entrevista en apenas un minuto. Al día siguiente me presenté en Orense, en su casa, y le hice preguntas y preguntas durante al menos dos horas. Me sorprendió y hasta me admiró cómo hablaba con total naturalidad, sin cautelas ni paráfrasis para eludir definiciones comprometidas. No me conocía de nada y el momento era delicado ya que se trataba, se quiera o no, de una presentación ante los que iban a ser sus fieles. Pues bien, se mostró con una seguridad y confianza que, como se repitió en más ocasiones, sencillamente me papareció y me parece abrumadora. Mantengo esos recuerdos muy vivos.

El cardenal Osoro, según decisión recientísima del Papa y ahora en Madrid, va a ser sin ninguna duda la figura capital de la Iglesia española si no lo es ya. Esas virtudes de la confianza y de la seguridad me parecen muy importantes para este tiempo, tan difícil.

Como decía, ya en Oviedo charlé con él en diversas ocasiones, en el palacio arzobispal, en su apartamento de la Casa Sacerdotal y en otros escenarios y mi impresión siempre fue la misma. Me hizo confidencias, de las que, claro, mantengo reserva, que mostraban su altísima calidad humana por los hechos en sí y también por la admirable inocencia evangélica con que las transmitía: nada de maquiavelismos ni de su hija menor, esa maldita inteligencia emocional.

En sus términos, que comparto, estamos en manos de Dios. El miedo no debe tener espacio en los programas de vida.

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