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La sombra del gigante

A los dos meses del fallecimiento de Gustavo Bueno

Apenas dos meses después del fallecimiento de don Gustavo Bueno, ya se echa de menos el discurso vivo, directo, del filósofo de la Universidad de Oviedo, tras más de medio siglo de actividad incesante e incansable en publicaciones, seminarios, clases y, últimamente, a través de la Fundación que lleva su nombre. La mezcla de destino, carácter y azar, que, según un filósofo clásico, rige la vida de los hombres ha hecho que, casi a la vez, emigraran más allá de todo horizonte dos de los más destacados investigadores de la Universidad de Oviedo: el filósofo Gustavo Bueno (el 7-8-2016) y el químico José Barluenga (el 7-9-2016). Ambos contaban con el máximo reconocimiento gremial, dentro de su actividad académica, aunque su tarea investigadora no puede compararse, ya que la química, por su carácter científico, categorial, resulta difícilmente conmensurable con la filosofía que, desde Platón, trata de las ideas más generales que desbordan y trascienden a las ideas científicas. Pero sí es posible una mínima referencia a la divulgación de las dos obras en el ámbito internacional. La obra de Barluenga cuenta con más de 10.000 citas, según un prestigioso registro de literatura científica en lengua inglesa, Bueno figura con unas 2.700 citas. Refiriéndonos a filósofos "pares" de Bueno, Mario Bunge cuenta con unas 31.000 referencias y sólo el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora es citado 4.400 veces. El contexto de estos datos es que, siendo Bueno una expresión universal de la filosofía en español, nuestra lengua castellana representa hoy, con unos trescientos millones de hablantes, solamente un 5% de los más de 6.000 millones de habitantes de la población mundial, con un lenguaje científico crecientemente dentro de la órbita de la lengua inglesa. La obra de Gustavo Bueno, y de su escuela filosófica, cuenta con una especial proyección en Hispanoamérica, por la inclusión de una parte importante de sus publicaciones en internet. En León, Guanajuato, México, da sus primeros pasos un instituto filosófico bajo la inspiración del materialismo filosófico de Bueno. En USA, el catedrático de la Universidad Complutense Felicísimo Valbuena ha explicado, con señalado éxito entre los alumnos, en diferentes ámbitos académicos el pensamiento del filósofo de la Universidad de Oviedo.

Don Gustavo Bueno señaló reiteradamente que su obra no hubiera sido posible sin Asturias. Efectivamente, el éxito fulgurante de Bueno a su llegada a la Universidad de Oviedo en 1960 se explica porque encuentra una gran receptividad, un terreno intelectual abonado por la gran riqueza de la herencia intelectual de los últimos siglos en Asturias. Oviedo es, con Santiago, una de las primeras ciudades del norte de España en contar con Universidad. Pero, anteriormente, Valdés Salas ya había creado en Salamanca, preferentemente para estudiantes asturianos, el Colegio San Pelayo -por bula del Papa Gregorio XIII de 1584-, con una dotación superior a la de la propia Universidad salmantina. Más tarde, en el s. XVIII, surge la presencia de los grandes ilustrados asturianos, en la política española y en la cultura. A finales del s. XIX y comienzos del s. XX, a través de la Extensión Universitaria, llega la influencia de la Institución Libre de Enseñanza. Más tarde, en el siglo pasado, se da un buen número de pensadores orteguianos nacidos en Asturias. A estos antecedentes, con presencia en la cultura de los asturianos, hay que añadir la cultura obrera, socialista, comunista y anarquista, que encuentra Bueno a su llegada a la Universidad asturiana, a pesar de la censura del régimen político. Este entorno explica la gran receptividad que el filósofo llegado de Salamanca en 1960 encuentra en Asturias y, a la vez, facilita que el entonces joven filósofo encuentre enseguida la intuición fundamental en su filosofía, que es la insuficiencia teórica de las formulaciones anteriores del materialismo. Un ejemplo especialmente significativo por sus consecuencias: en el tardofranquismo, hizo estragos entre la clase intelectual española la llamada teoría del reflejo de Marx, formulada por vez primera en "La ideología alemana "(1845), según la cual, la estructura económica, las relaciones de producción o de propiedad, determinan a la superestructura, a la ideología, a las formas de conciencia morales, jurídicas, políticas, etcétera. Con frecuencia, cuando un alumno explicaba una idea como producto de una mera coyuntura económica, D. Gustavo le aclaraba que esa idea ya la conocía y manejaba Platón hace más de 2.000 años. Aunque el propio Engels se quejó de los excesos en la aplicación de esa teoría del reflejo, posteriormente toda una generación de la clase política española de la transición transfirió alegremente -el continente y el contenido, el santo y la limosna- los tres niveles de enseñanza -¿sólo superestructura?- a los nacionalistas sin prever que eso contribuiría a un crecimiento exponencial del separatismo. Si lo único decisivo es el nivel económico, y todo lo demás es mero epifenómeno, al diablo lo que no es economía. Jamás Bueno hubiera cometido ese error, ya denunciado por Ortega y Gasset, Azaña y Unamuno en los debates sobre el Estatuto catalán de 1932: "El Estado no puede abandonar su lengua en ninguno de los órdenes". Una cosa es la recuperación y el apoyo a la cultura catalana y otro, bien distinto, es que el Estado central renunciara a su deber y responsabilidad de mantener la manija de la educación en sus tres niveles, de Primaria, de Secundaria y de Universidad. La teoría de Bueno sobre los géneros de materialidad corrige en una buena parte la insuficiencia de la teoría marxista del reflejo. El punto de vista español más universal del filósofo de la Universidad de Oviedo contribuyó a evitar que los asturianos cayéramos en una política cultural "de campanario", pero, en cambio, Bueno fue poco sensible a los valores de la cultura regional. No hay mil bables, sino tres variantes del bable, asturiano o antiguo leonés, más el gallego-asturiano (Menéndez Pidal, 1904, E. Staaff 1907), ni hay mil quesos en Asturias, que no llegan a la treintena, 26 según una conocida publicación. Esas exageradas cifras no son válidas, aunque las haya sostenido el hombre más sabio de la ciudad astur.

Bueno no es solamente el único filósofo español del último siglo que construyó un sistema filosófico a la altura de las exigencias científicas de nuestro tiempo, sobre todo con sus teorías del cierre categorial y de los géneros de materialidad, sino que, después de Ortega y Gasset, es el primero en inspirar una gran escuela filosófica, en España e Hispanoamérica, con numerosos discípulos, ortodoxos y heterodoxos, dignos continuadores entre nosotros de los Ilustrados, de la Extensión Universitaria, y de los orteguianos de Asturias, con don Pedro Caravia a la cabeza. Algunos de los discípulos de Bueno son maestros reconocidos de numerosos profesores de Filosofía en toda España, como Ortiz de Urbina, Vidal Peña y Alberto Hidalgo.

Todo lo sacrificó don Gustavo por la construcción de su sistema filosófico. Gracias a esa gran labor de toda su vida nos deja una gran herencia intelectual, pero esa dedicación tan intensa al debate con otras filosofías lo hizo en ocasiones ser demasiado duro con discípulos valiosos que siguieron otras direcciones en filosofía. Cuando tuvo lugar su distanciamiento con Ramón Valdés del Toro, en los primeros años 70 del pasado siglo, Bueno explicó: "Tenemos que poder construir aquí nuestra filosofía", aludiendo al carácter hipercrítico del gran antropólogo. Sin embargo, las discusiones entre ambos no fueron estériles, y Valdés recoge, en un manual de la UNED, "la restricción sublime" -similar a la de Leibniz frente a Locke- que Bueno sostenía en sus discusiones frente al relativismo cultural: "Por muy piadosamente que el antropólogo relativista profese no saber nada de desigualdades entre las culturas, su propio oficio constituye un reconocimiento práctico de la existencia de esas desigualdades" (Antropología, tomo 1, pág. 18. UNED. 1974)

El primer gran discípulo de Bueno fue Alfredo Deaño, el destacado lógico fallecido a los 33 años, y el último, Tomás García López. Alfredo Deaño fue iniciado en la lógica simbólica por Bueno, en el primer curso de Comunes de Filosofía y Letras de Oviedo, a comienzos de los años 60, y por Francisco Vizoso, latinista, en las humanidades clásicas en el Instituto Jovellanos de Gijón. Poco después, en Madrid, era, con Fernando Sabater y Javier Tusell, uno de los alumnos intelectualmente más interesantes de la Facultad de Letras de la Universidad Complutense.

Tomás García López puso a filosofar a los alumnos del Instituto de Tineo, y no pocos conservan la afición a leer libros de ensayo, tras las enseñanzas de su maestro de Filosofía.

Bueno cumplió con creces el primer deber que Julián Sanz del Río asignaba, a mediados del s. XIX, a los filósofos españoles: la crítica a fondo de la filosofía francesa contemporánea, por su excesiva vinculación con las modas literarias. Muchos de esos textos inéditos, así como sus clases de Historia de la Filosofía, especialmente los relativos a Platón, Kant, Hegel y Marx, esperamos que sean publicados. La vinculación con Asturias de la mayoría de los discípulos de Gustavo Bueno debe garantizar la continuidad del estudio, discusión y difusión de su obra, que podría comenzar por promover la traducción al inglés de sus libros fundamentales. La Fundación Gustavo Bueno y la Sociedad Asturiana de Filosofía cumplirán, sin duda, con esa interesante tarea que se presenta para el futuro.

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