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La muerte, una variante del sueño

La muerte es una variante de sueño con la nota distintiva de no despertar. La mía ha de estar cerca, ya que este mes cumpliré los 97, que estadísticamente me colocan ya en la salida. No me preocupa. Soy aficionado a la biología y sólo quisiera que los que me recuerden sepan que les amé, porque amo a la vida y amo a la gente. Son los demás los que dotan mi existencia de sentido, sobre todo los escritores, porque sin libros leídos yo estaría vacío. Trato de imaginarme cómo surgió la escritura y acepto, de mano del doctor Eugenio Nkogo Ondó (*), que la escritura proviene, como todo lo humano, de África, y que en su origen fue icónica, como lo prueban las imágenes de las tumbas de los faraones. De modo que las actuales "tiras cómicas" resultan ser las herederas de las primeras escrituras. Me imagino que la escritura tiene su origen en el lenguaje, cuando un sonido fue investido de significado y fijado con una muesca sobre una roca. Materializado así, adquirió la existencia, porque no hay nada de lo que existe que no sea material. El pensamiento aparenta ser un fenómeno espiritual, pero no lo es, porque es un producto del cerebro que, a su vez, está integrado por cien mil millones de neuronas, que son unos ordenadores biológicos que recogen impulsos, los procesan y emiten respuestas que, integrándose, crean significados y formalizan órdenes a cumplir por los sistemas musculares. Llamamos "espíritu" lo que adquiere para nosotros un significado, que creemos inmaterial, pero que no podría existir sin el soporte orgánico. Llamamos "vida" y la creemos autonómica sin reparar en que es la función de una cadena de procesos materiales que al fallar algún eslabón de esa cadena cesa inexorablemente. Así terminará la mía, ya pronto y sólo quedará este artículo como testigo de que he vivido. A todos los que quedan les deseo una vida larga y fructífera tras mi "adiós" definitivo. Tengo, entre tantos amigos y maestros, algunos muy destacados sabios que creen en la vida tras la muerte y lo pregonan. Yo les digo desde mi último umbral que creer no es saber y la experiencia no les proporciona argumento científico alguno que avale sus creencias. Ni siquiera puede llamarse infantil la imaginación de todo un mundo imaginado que no sea material. A la materia le debemos hasta la creencia en la imposible existencia de seres inmateriales. Sin la materia no puede haber lo que llamamos espíritu.

(*) Eugenio Nkogo Ondó, Síntesis Sistemática de la filosofía africana, 2ª edición revisada, Edicionescarena, Barcelona, 2006.

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