La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reflexiones de bebés anónimos

Caníbales

Pongamos que me llamo María y que tengo 26 meses.

Estoy alucinada. No me lo puedo creer. ¿Sabíais que entre las personas mayores que viven en nuestras ciudades hay muchas que son caníbales, esto es, humanos que se comen a otros seres humanos?

Es horrible, pero es así. Lo descubrí el otro día. Os lo cuento para tratar de liberarme del miedo que todavía me invade al recordarlo.

Veréis. Iba yo sentada en la tranquilidad de mi sillita, conducida con pericia por mi madre, contemplando en directo el variopinto movimiento de la calle, cuando mi vehículo se detuvo en seco y, de repente, algo espantoso me arrebató de la placidez contemplativa.

Sin que ni mi madre ni yo pudiésemos evitarlo, me vi propulsada a la estratosfera, zarandeada por algo semejante a un huracán, lanzada por los aires como un pelele.

¿Qué era aquello? ¿Qué cataclismo se había desatado? ¿Era un tornado como el que había engullido a Dorothy en "El maravilloso mago de Oz"?

Cuando desde las alturas pude ver de qué se trataba, comprobé, aterrada, que un monstruo caníbal me había alzado con sus potentes brazos y me amenazaba, y me chupaba con sus enormes labios carnosos, y se relamía mientras gritaba en lengua más o menos humana:

-Pero ¡qué rica está! ¡Qué cosina más dulce! ¡Cómo engordó! ¡Ay, cómo me gusta! ¡Está para comérsela, para comérsela!

"¡Para comérsela!", lo repitió dos veces, mientras le caía la baba al vociferarlo.

Me invadió el pánico al pensar que iba a ser tragada por aquella aparición aterradora.

Aún no sé si fue porque rompí a llorar desolada, o si fue porque intervino salvadora mi madre, o si fue porque el monstruo caníbal no tenía apetito: el caso es que me devolvió a la silla sana y salva, aunque con bastante brusquedad, todo hay que decirlo.

Compartir el artículo

stats